La vida hogareña que comparten Hira y Kiyoi se ve amenazada por problemas de comunicación, inseguridades y otras luchas internas que todavía no consiguen ganar.

Generar un cambio en nuestra cosmovisión no es fácil y rápido, eso lo dejan claro en esta segunda temporada. Sin embargo, Kiyoi muestra una evolución impresionante en comparación a su fría e indiferente versión adolescente.

Durante cuatro episodios podemos disfrutar de un Kiyoi más amable y dulce. Es capaz de forjar relaciones simétricas con los demás, sin mirar sobre el hombro o ser deshonesto sobre sí mismo. Por supuesto, aún hay momentos en los que le da miedo su vulnerabilidad y reacciona a la defensiva, pero su crecimiento en innegable.

Respecto a Hira, puede provocar dolor de cabeza, aunque no sin fundamento. Desde que lo conocemos, sabemos sobre su falta de estima propia. En esta temporada mostraron constantemente cómo todos reconocen su talento, potencial y atractivo, excepto por la persona más importante: él mismo.

No dudo que este sea un tema presente también en la película, porque ser capaz de mirarte bajo un buen lente, como otros lo hacen, es muy complicado. Especialmente si no puedes reconocer cuál es el problema y eso sucede con Hira.

Mi cariño por la historia y los personajes terminó de afianzarse con esta temporada. Hay belleza en la complicada relación de Hira y Kiyoi, creada gracias a la buena dirección y actuaciones que tiene.

Otro detalle destacable: “Follow” y “Bitter”, las canciones de Roce para el soundtrack, que reflejan a la perfección las perspectivas de los protagonistas.