Designated Survivor: 60 Days
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Drama político puro y duro.
Designated Survivor: 60 Days no es para todo público. Tiene una trama densa, asfixiante, cardíaca y pesada de digerir. Pero es una serie maravillosa. En occidente quizá la juzguemos con una mayor ferocidad, a las sombras del drama original estadounidense que Netflix aun exhibe con orgullo en su catálogo a pesar de su reciente cancelación.Aun así, la diplomacia y los roces políticos internacionales a los pies del salvaje terrorismo siguen un mismo camino tanto a este lado del mundo como en la península coreana, sumida en una extraña tregua desde hace más de 60 años con su nación hermana.
El atentado al parlamento es solo el listón inaugural de una serie de acontecimientos que fluirán como un torrente sin posibilidad de freno durante los próximos 60 días (30, si nos ponemos muy estrictos). El drama en sí es un espiral de situaciones (cada una más grave que la otra) que parecen no tener fin. En este nivel de incertidumbre, bajo este panorama de histeria colectiva y misiles apuntando a un desastre nuclear, es donde un tímido Ministro del Medio Ambiente tiene que dejar de lado los microscopios, el laboratorio, los números y la ciencia misma, para ponerse al frente de una nación que no lo eligió jamás. El profesor Park Mu-jin es un experto en química, un genio de formulas y raciocinio, pero una completa mediocridad en cuanto a política se refiere. La honestidad, en un mundo de corrupción, está muy lejos de ser una virtud.
Quizá eso es lo que más peso tiene a lo largo de toda la serie: ver la evolución de un presidente forjado a la fuerza, por las circunstancias de un magnicidio, mientras intenta mantener a flote todos sus principios. En el proceso de hacer lo imposible le lloverán traiciones y consejos por igual. Pero la serie brilla por saber llevar todo de una manera astuta e inteligente, sin caer en las vueltas de guión inverosímiles y mal fundamentadas a favor de una subida de rating.
A la par del Presidente Park y su entrañable gabinete presidencial también está el pequeño grupo de la policía antiterrorista que lucha contra reloj para descubrir quién está detrás de aquel bosquejo tan mundano. La teniente Han y el misterio que envuelve todo lo relacionado con su prometido dan, por si mismo, para una serie aparte. Y sin embargo se agradece que hayan sabido hilvanar ambos escenarios sin parecer forzados.
¿Algo que pocos tolerarán, quizá? Es un drama 'largo'. Episodios que superan los 80 minutos (típico de tvN) no siempre se pueden ver en una sentada.
Recomendada totalmente para todo aquel que disfrute los dramas políticos e intensos. (Los dolores de cabeza están más que asegurados).
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Uncontrollably Fond me ha decepcionado un poco. Pero aclaremos: una vez más es culpa mía y no de la serie, ni de la calidad de su producción (que dicho sea de paso ha sido muy acertada). El drama no es malo, para nada. De hecho, fue quizá uno de los mejores que hubo en su momento. Me ha costado un poco de esfuerzo adaptarme al ritmo, y la línea de tiempo al inicio también tuvo sus pegas, pero no por eso me atrevería a juzgarlo de manera precipitada, o peor aun, decir que no me gustó.El peso de la historia no se basa ni siquiera en la agonía de Joon Young sino en un evento del pasado —como casi siempre sucede en los dramas— que involucra a un reconocido fiscal, que casualmente es el padre de él, pero el señor no lo sabe porque la madre soltera jamás se lo dijo y crió al hijo en su soledad y en su pobreza. El fiscal en cuestión se ensució las manos de corrupción cuando la hija de un poderoso arrolló con su auto al papá de No Eul y este falleció días después en el hospital (su muerte me supo a poco, la verdad; le faltó feeling) y No Eul al enterarse de esa sucia maniobra decide sabotear la campaña del fiscal a toda costa, cosa que pone en alerta a Joon Young y a su medio hermano Choi Ji Tae (al que no conoce, ni es tampoco su medio hermano), y cada quien por su lado stalkea a la chica para evitar que revele información comprometedora sobre el padre de ambos.
En medio de este forcejeo invisible Joon Young hace una maniobra arriesgada al robarle a ella el material que amenaza con divulgar y No Eul termina golpeada por otro auto, sufriendo casi el mismo destino que su padre, pero logrando sobrevivir (incluso tuvo un paro cardiaco en el quirófano y tal, muy fuerte todo). En ese punto de la historia se separan, y cada quien hace con su vida lo que le viene en gana: ella se convierte en una directora de documentales que ansía cualquier cosa que destile dinero para pagar a los usureros que prestaron dinero a su papá. Él abandona su idea de convertirse en fiscal y consigue ser un afamado artista Hallyu. Y el medio hermano, el tercero en discordia, lleva una doble vida donde vela por la estabilidad de No Eul haciéndose pasar por alguien tan económicamente pobre como ella, mientras que por otro lado maneja, junto con su madre, una empresa de renombre y su padre le arregló un matrimonio con la chica que mató al papá de No Eul (el matrimonio estaba arreglado desde antes del accidente, por supuesto).
Vaya drama, ¿no? Vaya lío. Lo de Uncontrollable Fond sí que es un triángulo amoroso marcadisimo desde el principio: Joon Young está enamorado de No Eul, pero a ella le gusta Ji Tae porque siempre ha estado ahí para apoyarse en él, además cuida de ella y de su hermano menor, pero Ji Tae siente que no merece a No Eul, tanto por lo sucedido en el pasado como por el hecho de tener esa doble vida que ella desconoce totalmente en la que ya está comprometido en matrimonio con una chica a la que no ama. A Jung Eun no la meto aquí, porque pobrecita, como personaje me ha dado muchísima pena. Creo que un maniquí o un títere nos habría sido de más utilidad a pesar de la tarea tan marcada que traía desde el principio. No deja de ser la niña mimada de papá que lo tuvo todo siendo jóven y exige todo siendo adulta, aunque no tiene ni un pelo de tonta y para ser sincera es bastante astuta. También sabe cómo utilizar esa astucia para su propio beneficio, ya sea picándole las costillas a Ji Tae con verdades amargas que le carcome la conciencia o poniendo cara de nuera ideal ante sus suegros a la primera oportunidad. Se agradece que la hermana-fanática, aun en su locura, tenga esos aires de sentido común para darse cuenta que una cuñada tan perfecta no puede ser normal.
Una vez expuestos esos tres o cuatro asuntos que tienen sus repercusiones en la actualidad, el panorama se limpia un poco y la estructura narrativa mejora.
También me la he pasado rechinando los dientes la primera mitad de la serie porque me enerva un poco la sangre ver cómo le caían insultos por parte del fandom a Shin Young Ok, la madre de Joon Young, a la que no bajaban de ser una mujer despreciable y egoísta, mientras se quedaban taaaan anchos con las palabras dichas; sólo para después darle una lluvia de elogios al chico, porque él es perfecto, y tierno, y ama a No Eul desde su juventud; y su propuesta durante la filmación del documental fue muy romántica: ¡Ah! Eso de vivir un romance apasionado durante tres meses es tan precio... ¡STOP! Detengan el auto porque así no va la cosa. No defenderé a la madre de Joon Young sólo porque sí, la mujer está tan cegada por la rabia que toma como escudo a su hijo para convertirlo en fiscal —nada más porque le nace de las entrañas— y para poder pararse frente al padre del muchacho y restregarle en la cara que ella sola pudo criar a un ser humano hecho, derecho y leal. Un ciudadano digno producto de una madre soltera que se partió el lomo y la vida para que su futuro fuera brillante y prometedor. Sí, es una actitud sumamente egoísta, pero eso no la hace ser una mala persona. También ella se siente traicionada porque el chico le prometió que sí, que sería el fiscal ideal que lograría defender a los que no tenían recursos y ponerse del lado de los que nadie miraba, y él, al final, se pasó todo por el forro sin decirle nada a ella e hizo lo que quiso. Eso también es sumamente egoísta. Pero más egoísta aún es querer montar una apasionante relación sentimental por tres meses con una chica que no sabes si todavía te quiere y sin decirle en ningún momento que te estás muriendo.
La peculiar relación de Joon Young con su madre ha sido la que más he disfrutado. Sí, incluso más que la relación tan accidentada con No Eul. Y ve tú a saber por qué. Para ser sincera, a mi me fascina muchísimo ver a la actriz Jin Kyung en pantalla, sobre todo en papeles como este, donde toma la imagen de una mujer con muchos matices, más de los que se podrían intuir en un principio, y convierte su cuerpo y su mente en un templo donde convergen infinidad de experiencias difíciles o sensaciones asfixiantes, pero que ella siempre calla con rectitud.
Joon Young no es imbécil y la paciencia hacia su madre es infinita: entiende que ella está molesta por su actitud en su juventud y que al pasar los años aquel rencor se añeja y se refuerza ante cada situación donde él hace acto de presencia. Es un sabor amargo que aspira a la perpetuidad y que siempre viene mal disimulado en una negativa a servirle su plato favorito, gritarle tres tonos más arriba que a los demás, colgarle el teléfono cuando le llama, ignorarlo como si todo el mundo existiera menos él, negarlo tres veces antes de que cante el gallo al amanecer, etc. Pero creo que no necesitamos leer entre líneas para saber como espectadores lo que Joon Young sabe como hijo: Ella lo quiere —aunque se repita mil veces la mentira de que no—, y nunca ha dejado de hacerlo. Porque, podría ponerse seria cuando lo ve y tragarse la bilis acumulada durante lustros, pero entiende que el chico sigue siendo una persona buena en esencia, quizá demasiado absorbido por su profesión y por su fama, oculto entre la presunción y la riqueza, pero jamás sería capaz de dañar a nadie y ella siempre lo ha entendido, a pesar de las constantes decepciones a lo largo de los años. (De hecho, la escena final que compartieron me ha dejado lloriqueando como nenaza).
No Eul me quedó debiendo madurez. Creí que la muerte de su padre le daría un golpe en la conciencia que le ayudaría a espabilar un poco y la obligaría a poner los pies en la tierra de una vez. Pero no. Vamos, ni siquiera el accidente que casi le cuesta la vida le sacudió la mente adormilada. No le negaré el derecho sobrehumano que hace para poner un plato de comida decente en su mesa, ni tampoco el amor que siente hacía su hermano, pero esa actitud aniñada que tiene de nacimiento le sigue como una sombra incluso en la actualidad y eso le resta una seriedad necesaria como personaje protagónico. De vez en cuando hasta la sentí muy plana, sin tridimensionalidad, casi absorbida por el ambiente. Quizá es una exigencia mía exagerada, culpa de mis altas expectativas, pero a ella, únicamente por las circunstancias vividas, se le pudieron exprimir miles de posibilidades. Sobre todo como documentalista, la deuda con los usureros y esa inestabilidad emocional que le sigue desde que quedó huérfana y tuvo que aprender a ganarse cada migaja de pan con el sudor de su frente. Todo eso se obtiene a base de experiencia, pero también de sacrificio. Sí que es muy bonito que se preocupe por la alimentación de su hermano o por tratar de limpiar su reputación a las nueve de la mañana después de que Joon Young hizo con ella lo que quiso arriba del escenario (y una horda de fanáticas casi la queman en leña verde), pero a pesar de eso su pasividad me resultaba abrumadora y no la he terminado de entender en lo absoluto. Además, el triángulo amoroso que se traen a cuestas la primera mitad del drama puso mi paciencia hasta el límite entre tanto andar en glorieta, terminando en el mismo lugar donde comenzaron y sin ver a dónde conducirá todo eso.
Al que me costó mucho entenderle su estrategia de juego fue a Ji Tae. Entiendo que le tenga gran estima a su papá, aunque éste no sea biológico, y cargue con el resentimiento de sus deslices en el pasado, pero estuvo al lado de No Eul desde hace varios años mintiendo deliberadamente sin detenerse a pensar cinco minutos que tanta atención hacia ella podía derivar en un interés más personal que el de la mera amistad. Quizás eran mentiras piadosas, creadas con el remordimiento de saber que su padre no era una paloma de la paz, justa y honesta, cuando se trataba de proteger a un político. Pero esta doble vida que llevó durante tanto tiempo me ha resultado un poco pretenciosa, juzgando desde la perspectiva de saberlo heredero absoluto del imperio de sus padres, y entendiendo que sus relaciones amorosas a veces estaban dictadas por el destino, el bienestar y la perpetuidad de la familia y no por lo que a él le naciera del corazón. De hecho, él es muy parecido a su madre. Ésta mujer sí que tiene cola que le pisen. A pesar de ser chantajeada por el cuñado como si fuera una atracción mecánica, Lee Eun Soo sabe que varios errores cometidos antes han sido culpa suya. Y sus silencios, la manía absurda que tiene de callar cuanta información le caiga en las manos, es la que la tiene en ese perpetuo estado de alerta del que le cuesta mucho reponerse. Y la verdad es que se lo merece, por soberbia. Pretendiendo retener algo que sabe bien que no le pertenece. A eso hay que agregarle el hecho de que el fiscal Choi Hyun Joon no tiene la menor idea de que tuvo un hijo con Shin Young Ok, en parte porque Eun Soo no se lo quiso decir. Por eso no entiendo el motivo de su enojo cuando él acompaña a su hija al concierto del muchacho o cuando la lleva a la alfombra roja de la premiación.
Y aunque la mitad del drama mejora en cuanto a argumentación, no puedo decir lo mismo de la pareja principal, que me quedó debiendo tres leguas de romance y dos toneladas de escenas cuquis al por mayor. De verdad hubiera deseado que la relación sentimental entre Joon Young y No Eul fuera más profunda y más extensa. Digo, detengámonos a pensar un momento y miremos en retrospectiva: la serie se llama Uncontrollably Fond ¿y qué? ¿Cuándo le vimos a estos dos esa cualidad? De hecho, ¿cuántos momentos tiernos compartieron juntos? ¿cuántos fueron sólo la imaginación de No Eul? ¿En cuántos de esos momentos uno de los dos no estaba dormido? ¿o cuántos de ellos no se vieron afectados por los desplantes de él, los sufrimientos de ella o por la demencia que le empezó a invadir en sus últimos días? Esta pareja me recuerda a la de City Hunter, sobre todo en el arco final, donde el protagonista hacía hasta lo vomitable para alejar a la chica de él para no herirla más de lo debido; pero por inercia pasó justo lo contrario y la prepotencia y la frialdad de Joon Young no la he podido digerir en lo absoluto. Pero terminó siendo aún más grotesco ver a No Eul hundida en un dolor absurdo, victimizada por todos lados y atontada por la falta de comprensión de los que la rodeaban. La mujer apenas podía mantenerse de pie cuando era vapuleada por los cuatro costados, oye, eso es masoquismo. Si a eso le agregamos el romance ficticio que se montó Joon Young con Jung Eun para exprimirle la confesión del crimen cometido en su juventud pues vaya truño, ¿eh? Hay mil maneras diversas de consumir el valioso tiempo en un drama sin necesidad de dañar sentimentalmente a la protagonista principal de una manera tan barata y triste. Salvo el último episodio el resto de su tiempo juntos me ha parecido muy poco memorable. Y eso es lamentable.
La trama ajena a ellos ha brillado aún más y eso lo agradezco, sino hubiera sido por ella no me hubiera atascado los dos meses de visionado que han caído sobre mi. Las cosas se resolvieron de manera justa y coherente, aunque no puedo dejar de pensar que la mamá de Ji Tae se merecía un final más perverso, sólo porque sí (por ser tan perra). En un mundo utópico, en un mundo de colores y piruletas, los años pasarían y Ji Tae iría tras No Eul y dejaría de lamerle las botas a Jung Eun junto con toda su corrupta miseria. Es un autosacrificio que me sabe rancio y falso, porque ni siquiera en ese escueto flashback que vemos en el último episodio la química entre ellos se asomó con timidez. La hermana de Ji Tae y el hermano de No Eul harían bonita pareja también. La relación entre No Jik y Choi Ha Roo fue peculiar, pero el esfuerzo para que brillaran pudo ser mayor para que éste no quedara tan seco. Al final habría sido un tanto absurdo que ambas parejas de hermanos terminaran juntos, claro, pero también tuvieron su encanto a pesar de los malentendidos y el humor ensimismado de los dos. En fin, si les gustan esas series donde la pareja principal casi nunca está junta, o cuando lo están la pasan fatal, esta es definitivamente la serie que les gustaría visualizar... ¿Saben qué? A estas alturas agradezco que no hayan profundizado aún más en su relación porque entonces sí, ese final me hubiera obligado a votar los tres litros de lágrimas que se me atascaron en los ojos hace unas horas.
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También eso de poner a una curadora de arte como fan anónima de White Ocean (y en plan stalker con Shi An) me ha parecido bastante entretenido, pues gran parte de la comedia surge gracias a las situaciones de ella intentando mantener su dignidad intacta mientras se deja media vida entre los conciertos, aeropuertos y hoteles.
Este drama tiene un aire a What’s Wrong With Secretary Kim, otra comedia de Park Ming Youg que también disfruté mucho. De hecho, pienso que se le da muy bien este género. Me parece mucho más desenvuelta en ese ambiente que en dramas como Remember: War Of The Sun. Con el que tenía mis reservas era con Kim Jae Wook, porque como villano, suicida y exorcista lo hace siempre de maravilla, pero jamas le había visto en un papel como el de Ryan. Y me encantó. Tiene un carisma arrollador, a pesar de que un principio sientes que se pasa tres rayas de arrogante. Sin embargo, su evolución es palpable.
La única pega que tuve con esta serie fue el asunto del hermano de Duk Mi, ya casi en la recta final. No diré más para evitar spoiler pero siento que esa pequeña revelación del pasado no venía ni al caso. Más allá del dramatismo sin sentido tampoco es que aquello tuviera un motivo de ser.
Aun así, es una serie que recomiendo muchísimo a quienes buscan diversión así sin más; para pasar un buen rato. Personajes como Seon Joo, el pequeño Geon Woo y sobre todo la entrañable “villana” Uhm So Hye se encargarán de regalar más de una carcajada garantizada. Se los aseguro.
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Cuando andaba buscando un pedacito de tranquilidad para sumergirme después de ver Signal —y darme cuenta que me dejó con una ansiedad monumental invadiendo mi cerebro— fue cuando me topé con You Are All Surrounded y me la vendieron como una comedia policial en cualquier lugar donde busqué reseña disponible, pero lo cierto es que yo lo de comedia nunca se lo ví. Sin embargo, dejé pasar el desliz muy disimuladamente y me quedé viendo hasta el final por dos motivos 1) Lee Seung Gi y 2) el primer episodio me enganchó. Así que, por azares del destino y caprichos míos, terminé líada en otra serie con el rebuscado asunto de la policía corrupta en su doceava versión corregida y aumentada. Pero miren, ustedes no están aquí para escucharme ni yo para quejarme, y como drama de transición me gustó mucho. También vale destacar que You Are All Surroundend es muuuy ligera comparada con la densidad que se respiraba en Signal; más oscura y pesada que cualquier otro drama que me haya caído encima y eso, de cierta manera, lo agradezco profundamente. Aunque personalmente sentí que falló en cuanto a guión y profundidad de personajes, tuvo sus momentos de lucidez, la trama en sí nunca decayó y hasta el último episodio los giros argumentales fueron exquisitos. Eun Dae Goo presenció a los 15 años el asesinato de su madre mientras él se escondía bajo la cama sin poder articular algún sonido; el suceso en sí lo traumatizó a tal grado que en el presente no puede dormir sin una luz ligera o la televisión encendida apuntando por algún lado de la habitación. Y en cuanto a carácter el crimen también dejó estragos: callado, tajante, ufano y seco sus silencios terminan exasperando a su jefe con más regularidad de la que nos gustaría. Aunque en un principio este no sospecha de la actitud del chico hacía él y el vínculo del pasado que los une por la muerte de su madre, no tardará mucho en darse cuenta.
Seo Pan Suk es una leyenda viva dentro de la organización policial; como detective sus tácticas y persistencia en el campo de investigación son innegables (aunque las vemos muy por arriba, sin jamás explicarnos cuáles son) pero tiene un carácter endemoniado y errático, producto de todo lo jodidamente mal que la ha pasado en esta vida. La noche que fue asesinada la madre de Dae Goo también fue dolorosa para él pero por diferentes motivos, los cuales también involucran a su entonces esposa Kim Sa Kyung, actual encargada del Equipo de Personas Desaparecidas. Aunque en un principio detesta a los cuatro chicos que la jefa Kang pone a su cuidado poco a poco les comienza a tomar aprecio, gracias en parte al jefe de brigada Lee y las situaciones que los pobres tienen que pasar para poner a prueba la paciencia de cualquiera.
Los otros tres novatos son Uh Soo Sun, una chica que creció en el mismo pueblo que Dae Goo, Ji Gook un joven nerd que no sabe muy bien qué hacer con su vida y Park Tae Il, un niño rico y bien vestido cuyas aspiraciones en el pasado estaban muy lejos de ser detective.
Como mencioné más arriba: vine por la comedia y me quedé por la trama. El primer episodio es introducción pura a los personajes principales y una visión general *y algo superficial* a los eventos del pasado, pero conforme la serie avanza aquello adquiere matices oscuros apoyados en giros inesperados. La historia en sí nunca decae, pero el guión me quedó debiendo mucho. No voy a mentir al decir que hay diálogos buenos y tuvo sus momentos memorables aquí y allá, pero cuando tú metes a seis personas en una escena esperas que exista una lluvia de ideas donde se derroche la inteligencia y la diversidad de cada uno, no sé, algo más que dos o tres palabras por persona. Y me declaro fan total del Equipo 3, del jefe Seo y del tío Lee, pero me hubiera gustado ver más de ellos, tanto a nivel personal como laboral; dentro de lo que cabe todo quedó muy por encimita y quizá por eso sentí un vacío cuando terminó.
Kim Sa Kyung y Seo Pan Suk. A esta pareja se le podía haber sacado mucho jugo pero, aunque hicieron el intento de profundizar en ellos, no lo consiguieron tan bien como deberían. Y ya para el final como que se olvidan un poquito de estos dos para centrarse en el tema principal, pero por suerte retoman su situación para el cierre. Aun así hubiera sido un deleite que les dieran más espacio para explorar ese pasado tan complicado que tuvieron y que de cierto modo marcó de manera permanente su relación hasta la actualidad.
La jefa Kang Suk Soon ha sido de lo mejor. Llegó un punto en la historia en el que sentí que era una traidora y un episodio después la veía como una víctima. Me ha costado lo mío decidirme si quererla o guardarle cierto resentimiento por cómo hizo las cosas desde el principio, pero el temple y la determinación, además de su amor innegable a su profesión, son dignos de reconocer, y creo que al final todos fueron capaz de ver el panorama de una manera mucho más general lo que terminó de determinar su imagen a un lado positivo.
Conforme el drama avanzaba comencé a extrañar los efectos visuales del principio. Dae Goo tiene memoria fotográfica y gran parte de eso fue lo que les ayudó a resolver uno de los primeros casos que les fueron asignados, por lo que ciertos efectos eran puestos en la pantalla para que te dieras cuenta de cómo era que él veía y deducía las cosas, pues de repente así sin más, esto despareció y la situación perdió un poco el encanto.
Los villanos también tuvieron su oportunidad de brillar y a su manera lo hicieron bien: Yoo Moon Bae entra como el congresista aparentemente intocable que ha olvidado cuáles fueron sus orígenes. Me encantan esos enemigos del orden que parecen estoicos, incapaces de levantar la voz porque con un sólo movimiento pueden hacer arder el mundo, pero cuando sus muros de resistencia se derrumban entonces sí, se ponen a lanzar jarrones al suelo y tazas contra la pared y le gritan hasta a la maceta que tienen al lado. El simpático de Moon Bae es uno de ellos. Su hija es la villana en el cuento equivocado, pobrecica, al final me ha dado un poco de pena que sólo haya sido un vil títere para su padre durante más de una década y la mujer apenas se dió cuenta, pero como es una estúpida grosera pues mira, se merece eso y más. Sobra decir que el verdadero motivo del asesinato de la mamá de Dae Goo da mucha pena y vergüenza.
El encargado de la División de Detectives, el imperturbable Cha Tae Ho, fue quien más me hizo reír. Mira que se necesita talento para ser un pesado de pies a cabeza y además tener el suficiente mal humor para que nadie te tome en serio, pero él lo consiguió bastante bien y a base de arrebatos de ira y supersticiones al por mayor logró ganarse un lugarcito pequeño en mi corazón.
El final fue satisfactorio, en realidad. Tampoco es que se viera desde el principio que esto no fuera a terminar bien, siendo una comedia tiene que terminar bien ¿no? Personalmente la recomiendo para quien no sea demasiado exigente con un drama. Es sólo para pasar el rato y para ver a Lee Seung Gi.
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Remember: War of the Son
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De entrada, el argumento es buenísimo: un joven con memoria eidética ve con impotencia cómo su padre es condenado a muerte por la violación y posterior asesinato de una chica. El problema aquí es que el señor no recuerda haber cometido el crimen a pesar de que casi todas las evidencias apuntan a su dirección. El asunto se complica al saber que el acusado lleva meses desarrollando síntomas inequívocos de Alzheimer. Entiendo totalmente lo de la dualidad de mentes: el padre olvida mientras el hijo recuerda. Es simbólico y simbiótico; y mientras la mente de uno se desvanece sin reparo, la del otro se adapta al entorno y trata de materializar aquello que fue olvidado. Hasta ahí todo bien. Pero el asunto se desinfla al ver los pocos matices de los personajes; no me digan que eso no daba para más porque no se los creería. Algo falla en una producción cuando sólo son capaces de mostrar protagonistas o muy buenos o muy malos. Polos opuestos que de ninguna manera pueden colisionar unos con otros, o bien, actuar de una manera más diversa. Quizá Park Dong Ho (el abogado con trajes extravagantes) es el que más se preste a mostrarnos una personalidad a la altura que involucra un pasado de dudosa legalidad y unos métodos de trabajo que ponen a sudar a la justicia coreana, pero su balanza se guía más a base de buenos actos que acaparan todo los pecados que le carga la conciencia.
Pero Seo Jin Woo y su padre (del que he olvidado su nombre tanto como él ha olvidado su vida) son panes de dios remojados con café. Y ahí es donde empieza mi principal conflicto. El problema no es que sean buenos, gentiles e inocentes, sino que la vida los ha tratado con la punta del pie y que Precious Jones sufra como ellos; así de fuerte. La familia original era de cuatro integrantes: papá, mamá, Jin Woo y su hermanito mayor. El hermano y su mamá fallecieron en un accidente de autos años atrás donde papá y Jin Woo salieron muy heridos pero lograron recuperarse y vivir humildemente a su manera. Su padre se desempeñaba como personal de limpieza y él iba a la preparatoria con su memoria fotográfica y un futuro prometedor a la vista... hasta que sucedió el femicidio.
La abogacía en sí entraría como salvavidas tantos años después para salvar al hombre sin memoria de una condena aberrante e injusta, y para limpiar, aunque sea un poquito, la reputación tanto del padre como de su hijo ante una sociedad que los estigmatizó hasta un grado discriminatorio. De hecho, lo que más me golpeó la moral fue ver cómo Jin Woo se la pasa llorando todos los episodios; en serio, creo que puedo contar aquellos escasos momentos en los que no lloró o no puso la cara haciendo un puchero. No es que el chico sea un debilucho, sino que la pasa fatal en todo momento. El padre por lo menos no es capaz de retener recuerdos por mucho tiempo, pero en el caso de él es distinto, y eso lo jode en cada escena.
Llegué a un punto en que todo me pareció tan absurdo y telenovelero que cada vez que le pasaba algo fatal al pobre chico en lugar de llorar con él me reía. Y mucho. Y comencé a sentirme muy mal al respecto, porque en el fondo empaticé con él, y también con Lee In Ah, la chica que estuvo a su lado desde el principio aunque en cuestión sentimental todo se quedó muy por encimita antes de que la mente del chico lo traicionara. Para ser sincera —y un poco amargada— el asunto mejora un poco conforme la trama se acerca al arco final y los recuerdos perdidos le impide soltarse a llorar a lágrima viva pasando la estafeta a los otros que atestiguan el avance de la enfermedad.
El final es abierto, y de verdad lo agradezco, porque es lo mejor que podían hacer. Si lo que Jin Woo tiene es Alzheimer de aparición temprana el progreso del mal es rápido y el pronóstico a largo plazo es la muerte, tal cual. Por ese motivo se alejó de sus compañeros y de In Ah, quizá para que esta no atestiguara, ya no su pérdida de memoria o la conciencia de sí mismo, sino el camino que lo conduciría al ocaso de su vida.
Ni siquiera sé si adentrarme a los demás personajes porque de sobra está que ellos dos fueron los que más me entristecieron. El abogado Park Dong Ho fue el mejor de todo, con su turbio pasado, el fantasma de su padre que carga en la conciencia y esa reputación intachable que se le resbala entre la mirada soberbia y la arrogancia de saberse inteligente. Y Nam Gyu Man, como el villano mirrey que sabe salirse con la suya al lado de sus matones también merece mención especial. Apenas apareció en pantalla por primera vez y lo odié.
En conclusión: vale la pena para verlo una vez y juzgarlo, es una buena historia a pesar de los defectos, y si les gusta el melodrama en su máxima expresión, con lagrimones asegurados desde el primer episodio ésta es una serie que les vendría bien. No es un drama que haya odiado, pues tuvo muchos momentos buenos, pero la manera en que los personajes que más sufrían rebosaban una bondad ridícula fue lo que anuló la credulidad en la trama.
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La ironía viene de parte de su hija In Ha, que nació con el Síndrome de Pinocho, por lo que cualquier mentira es sucedida por un ataque de hipo que no se detiene hasta que dice la verdad. Ya como aspirante a periodista aquello tiene una pinta imposible, sin embargo, la chica no se deja doblegar por nada, ni siquiera cuando la moral se le cae hasta el suelo al darse cuenta que su madre, la presentadora, la mujer profesional detrás del televisor, es en realidad una mujer soberbia y egoísta, ciega ante las injusticias que comete con su trabajo, utilizado como arma disparada de manera letal. In Ha, criada con su padre y abuelo en un pueblo remoto después del divorcio, creció teniendo otra imagen de su madre: la de una mujer entregada a su profesión, con un espíritu crítico que le había otorgado el estatus que portaba con orgullo, una imagen pública a la que ella inocentemente quería aspirar. El mundo se le cae a pedazos al darse cuenta de la otra realidad, sin imaginar que hay más horrores enterrados en la conciencia de la señora que cuando salen a flote terminarán por hacer añicos su existencia. Ella es inocente y atrevida, ingenua de pura cepa y con una terquedad que le acarrea más de algún problema, pero también es fiel a su familia, y su persistencia se debate siempre entre su futuro y el cariño que le tiene a su padre, quien no la quiere ver convertida en una fría imagen frente a las cámaras como a su ex-esposa.
En contraparte tenemos a Choi Dal Po (su nombre real es Ki Ha Myung), el niño huérfano que llegó del mar y al que el abuelo de In Ha rescató y adoptó pensando que era el hijo muerto que había perdido treinta años atrás en esas mismas aguas. Siendo más pequeño la familia de Ha Myung se vio involucrada en un juicio mediático por una tragedia ocurrida en la ciudad donde vivían, al paso del tiempo y ante la constante presión de los medios de comunicación su hermano mayor desapareció una noche y su madre se quitó la vida lanzándose al mar junto con el pequeño Ha Myung. Creció ocultando su identidad incluso ante el anciano que le salvó por miedo a que los horrores que había dejado atrás volviera como fieras a carcomerle por dentro. Al paso de los años decide aspirar a un puesto de periodismo para una televisora nacional y profundizar más en el caso que acabó con la vida de sus padres y en la desaparición de su hermano. No se le puede juzgar de egoísta, aunque la carga que lleva en sus espaldas a veces le ciegue tanto que le resulta imposible ver la vida de los demás con mayor claridad. El asunto se complica cuando In Ha descubre que su madre, la periodista Song Cha Ok, fue la responsable de las calumnias que padecieron él y sus familiares.
Pero así como brilla la villana y sus protagonistas principales también lo hacen los secundarios sin pedirle nada a nadie. El escenario se debate entre dos bandos enemigos de audiencia: por un lado el área de noticias de la ambiciosa cadena MSC y cruzando la calle la modestia informática de YGN; y en el paquete vienen incluidos sus presidentes, capitanes y reporteros que poseen las más variopintas personalidades enriqueciendo la historia de manera maravillosa. Tenemos al niño mimado nacido en cuna de oro; al reservado capitán cuya conciencia en el pasado no lo deja en paz; a la chica que aspira más allá de sus propias ambiciones, que admira y se asusta ante sus superiores por igual; al simpático gordito que fuma la pipa de la paz con todo el mundo; al veterano reportero que acumula tantas frustraciones; al flexible presidente que absorbe todo lo bueno de los novatos, etc. Todos están estupendos.
Es un drama muy recomendado y entretenido, personalmente me ha gustado esa fricción-amistad que se entabla en el mundo de periodismo donde, son lo mismo rivales que colegas, de diferentes empresas pero compartiendo por lo bajo información y técnicas de investigación. El compañerismo y la camaradería así como las terquedades de cada bando se ven reflejadas desde las cenas donde tienen que compartir espacio en los mismos restaurantes así como en las salas de prensa de estaciones policiales e informativas.
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El comienzo es brutal: un tipo que a todas luces no está mentalmente estable es liberado después de pasar más de una década en prisión como condena por el supuesto asesinato de su padrastro. Lo primero que hace después de conseguir su libertad es presentarse, con lo que parece ser un brote psicótico, en la fiesta de cumpleaños de un joven DJ para clavarle un tenedor en repetidas ocasiones por la espalda ante la mirada estupefactas de decenas de personas que no asimilan lo bizarro de la escena. El herido incluso le sonríe al reconocerlo mientras se lamenta por la imprudencia del criminal. El agresor se llama Jang Jae Bum y el agredido Jang Jae Yul, son hermanos y ninguno de los dos está bien. Es importante saber esto porque más adelante nos servirá para entender de una manera mucho más amplia lo que las primeras impresiones nos muestran.En un principio podríamos creer que Jang Jae Yul es el típico escritor popular con fama de mujeriego que deja tirada a un novia en cada cama y un millón de won en cada esquina. Tampoco es que estemos muy errados: su arrogancia se le resbala de la cara y su narcisismo le rebota del espejo. Pero detrás de esta fachada (porque eso es, una fachada bastante obvia), se esconde una trágica infancia que lo define ampliamente en su adultez —aunque él intente ocultarlo— afectando su vida diaria a niveles que muy pocas personas que le rodean comprenden. De hecho, el TOC que padece resulta ser lo más normal dentro de sus peculiaridades; porque, la verdad, éste sólo se limita a tener perfectamente ordenadas las toallas del sanitario, accionar el humidificador cuando entra a la habitación o la precisión de sus libros en las estanterías, y no es algo que influya de manera negativa en su rutina. Pero luego nos damos cuenta de aquello que termina por exponer una grieta en su cordura: Jae Yul es incapaz de dormir en ningun otro lado que no sea en un baño, o más concretamente, en la tina. Esto no tiene absolutamente nada que ver con ser obsesivo compulsivo sino de un problema mucho más complejo del que él quizá apenas tiene conciencia: el trastorno de estrés post-traumático (TEPT).
Como al principio parece que es algo que no se le va de las manos, nos convence a nosotros, como espectadores, de que tiene todo bajo control. Si a eso le agregamos su soberbia y altanería, nos pinta su personalidad con una egolatría descarada y pícara pero tremendamente carismática. Es imposible no empatizar con él desde un principio; quizá nos pique un poco la espina del recelo cuando en un principio le vemos con su novia o fruncimos el ceño al verlo regodearse de su popularidad en el talk-show donde fue invitado pero una vez que le vemos convivir con el jóven Han Kang Woo (un niño víctima de violencia doméstica que aspira a convertirse en escritor) nos convencemos que no puede ser tan caradura si aun tiene un poquito de bondad ahí dentro. Además, está el hecho de haber intercedido por su hermano criminal cuando estaba por dictarse la sentencia por la agresión sufrida durante su cumpleaños, aunque en un principio no intuimos el por qué. Sin embargo, el cenit de la serie en realidad llega con el diagnóstico de su esquizofrenia y su progresivo episodio psicótico-suicida, que resulta sumamente devastador tanto para nosotros como para los personajes que atestiguan su caída, empezando por Ji Hae Soo, nuestra otra protagonista, la misma que juró odiarlo desde la primera vez que lo tuvo enfrente y lo acompañó como fiera indomable durante sus días más bajos.
Si hay algo que Ji Hae Soo nos enseña apenas aparece en pantalla es que la ansiedad no necesariamente va de la mano de la timidez (como tampoco la asocialidad), porque, de hecho, Hae Soo es extrovertida, una mujer inteligente que tiene una personalidad testaruda y terca, pero que a pesar de eso siente una profunda comprensión hacia sus pacientes, quizá porque de manera subconsciente se reconoce como uno. Y es que la chica se siente incapaz de entablar una relación abierta con alguien. El problema de Hae Soo se remonta a una escena concreta que atestiguó en su infancia, cuando ella y su hermana mayor vieron cómo su madre se besuqueaba en el parque con el señor Kim, un hombre casado al que también le apetecía una aventura duradera cansado del agobio familiar.
El defecto de Hae Soo en el ámbito profesional se materializa con la poca tolerancia que siente hacia los familiares de sus pacientes; ahí es donde se le ponen los pelos como escarpia y la bilirrubina se le sale hasta por los poros. Le vemos ponerse al tú por tú con el homófobo hermano de un transexual y casi abofetear a la condescendiente madre de una jóven suicida. Y es que, si hay algo para lo que Hae Soo no tiene tiempo, es para lidiar con la ineptitud de la otra cara de la moneda: los parientes de los afectados (especialmente la figura materna). Pero lo que también le molesta es saberse incomprendida en su propio círculo familiar; tiene una hermana que piensa que el matrimonio está en los genes y una madre adúltera que ansía el día que su hija siente cabeza y se comprometa de una vez por todas para aliviar un poco la enorme deuda económica que carga en sus espaldas desde hace varios años. También está el cuñado alcahuete y un padre con un daño cerebral que le hace tener el raciocinio de un bebé. Hae Soo entró al arco de los treinta siendo una soltera renuente a contraer matrimonio, con un trastorno de ansiedad autodiagnosticado viviendo en una sociedad que no ve con un buenos ojos —ni dos milímetros de comprensión— ninguno de los dos casos.
El hogar compartido de Hae Soo es una combinación entre un Big Brother privado y Los locos Adams pero sin parentesco alguno. Además de ella, el lugar está habitado por el psiquiatra Jo Dong Min y por Park Soo Kwnag, un chico con el síndrome de Tourette que trabaja en el café instalado en el área inferior de la vivienda. El lugar pretende ser una especie de tierra neutra donde todos pueden vivir cómo se les dé la gana. Una isla utópica donde sus habitantes logran dejar atrás de la puerta toda las exigencias de la sociedad contemporánea y relajarse al ras de su pequeño paraíso personal. Podríamos creer que Jae Yeol viene a romper este frágil equilibrio donde interactúan armoniosamente sus habitantes, pero no podríamos estar más errados: la casa en realidad es una especie de anarquía sin sentido donde a veces el menos cuerdo de sus habitantes (el psiquiatra) berrea a la primera oportunidad que se le presente, el desgraciado de Soo Kwang llora a lágrima viva cuando tiene un ataque de tics al besar a un chica y Hae Soo amenaza con mudarse un día sí y el otro también cansada del agobio de su propio infierno. Jae Yeol sólo vino a remover el polvo; a ordenar las cosas, a cambiar las veladoras, a tomar agua mineral, a dormir en su baño privado y a cuestionar la salud mental de todos y cada uno de los groseros habitantes que se le paran enfrente sin pedirle permiso. El pretexto de él para instalarse allí ni siquiera tiene importancia (le están arreglando el penthouse), porque sin saber cuándo ni en qué momento queda integrado de manera perfecta a la fotografía, convirtiéndose en uno más de la manada que —aunque tardó lo suyo en adaptarse y le aplicaron la ley del hielo en una ocasión— termina por formar parte de la disfuncional familia sin que el proceso nos parezca demasiado bizarro como para no terminar de asimilarlo.
Han Kang Woo es un fantasma del pasado. Curiosamente capté su inexistencia desde el primer episodio, cuando se topa con Jael Yeol en el sanitario y su falta de interacción con el entorno me llevó a pensar casi por instinto que éste era un reflejo de él mismo en su juventud. Esa especie de hipnosis que parecía caerle encima cuando estaba frente a la persona que más admiraba era otra prueba de ello. La mente de Jael Yeol utiliza a este niño para reflejar esos fallos del pasado que se acumulan sin piedad y le roban la cordura. Las apariciones del chico se convierten más peligrosas conforme los síntomas de él empeora y terminan por tornarse tenebrosas cuando su conciencia se difumina hasta alcanzar un grado de peligro latente (ahora es él quien toma un auto y pone entre la vida y la muerte a otras personas) y ya no puede liberarse de él; incluso le vemos en su habitación, sentado en el escritorio, mientras Hae Soo también está con él. El día de la liberación, el día que él lo deja ir y se despide dándole unos zapatos nuevos (de hecho, cuando me di cuenta del asunto de los zapatos se me partió el alma, el corazón y las ganas de vivir) es cuando por fin Jael Yeol ve la luz al final de camino, no sólo acepta su problema mental sino también sus limitación, y Hae Soo está ahí para apoyarlo, para darle una comprensión desmedida y un soporte firme al que aferrarse ante su propia debilidad. Es una escena preciosa y cargada de tantas emociones que termina por derretirse el alma.
Las parejas secundarias tampoco se quedan atrás: Por un lado tenemos a Lee Young Jin y Jo Dong Min, que fungen como los veteranos por excelencia y, por otro lado, Park Soo Kwang y Ahn So Nyuh equilibran la balanza con su juventud e inexperiencia. Tanto Young Jin como Dong Min nos muestran con sabiduría el saberse mayores en una sociedad que les dejó atrás sin reparar en sus sentimientos. El mayor defecto de ellos fue haber callado justo cuando más tenían de qué hablar. El tiempo pasó, ambos crecieron profesionalmente, siguieron con sus vidas y después de tantos años los sentimientos del pasado se conglomeran frente a ellos como un arrebato de rebeldía ante todo eso que tanto se esforzaban por ocultar tras sus propias inseguridades. Algo que me ha gustado muchísimo es que su relación se quede ahí, en mera y franca amistad, porque mirándolo con detenimiento era algo, no sólo lógico, sino ético. Dong Min tenía una familia formada y tampoco es que le apeteciera desequilibrar la armonía de ella a base de deslices amoroso con su ex-esposa. Incluso el rechazo de darse un abrazo cobra sentido cuando analizamos ese vínculo tan peculiar que desarrollaron entre ellos, con una confianza y un respeto inigualables. Soo Kwang y So Nyuh son muy distintos, incluso podríamos asegurar que no mantienen ni siquiera una pizca de gustos en común, pero a lo largo de todo el drama les vemos luchando por vencer sus debilidades anteponiendo su relación a sus temores y defectos personales. Soo Kwang carga con la culpa de ser un hijo que no ha podido llenar las expectativas de su padre, un hombre exigente, que no duda en catalogarlo de retrasado mental cuando le ve con síntomas del síndrome de Tourette. Insensible, distante y ufano, le echa en cara cuanta cosa le pase por la cabeza y lo humilla desde la intolerancia que le propicia su propia ignorancia. El papá de Ahn So Nyuh es todo lo contrario a éste, de actitud sumisa y recolector de basura encontró la manera de sacar a su hija adelante, no sin que su pasividad le otorgara a la chica una hipocresía rancia y malagradecida. Ciega por completo al sacrificio de su progenitor y huérfana de madre, abandonó la escuela sólo para cargar con el uniforme colegial a todas horas y a todos lados, liándose primero con un chico que muy poco le importaba su bienestar mientras ésta estuviera contenta. Soo Kwang aprende a aceptar sus limitaciones y también le da una buena zarandeada mental para que aprenda que la gratitud no es una prenda de vestir o un calzado bonito. Ella, por su parte, con su actitud aniñada y la hiperactividad a toda marcha, comienza a entender sobre la paciencia y la comprensión; a saber cómo calmar los tics de él y detener una crisis poco antes de que ocurra. Tienen un crecimiento personal tan marcado desde el principio que conmigo resultó primero en una indiferencia total hasta que finalmente caí rendida a sus imperfecciones.
Más que un drama recomendado es un drama necesario. Me gustaría toparme con éste subgénero más a menudo por lo que mencioné al principio: vivimos en un mundo donde las enfermedades mentales están repletas de mitos e ideas erróneas de parte del público en general, y quienes los viven en carne propia acarrean con el estigma de la ignorancia, lo que a la larga traer repercusiones negativas para su vida y terminan por agravar el problema. No creo que sea la manera definitiva para combatir en sí ese tabú existente (porque al final la ficción seguirá siendo ficción) pero sí para despertar la curiosidad de los televidentes, para impulsarlos de manera desinteresada a saber más sobre el tema o ha sentir un poco de empatía hacia quienes padecen estos problemas. ¡Más series como éstas, por favor!
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El autismo no es una enfermedad
Si hay algo que quizá nunca le podré perdonar a Good Doctor es que a lo largo de todo el drama se hablara del autismo como una enfermedad. (Ojo: un drama médico hablando del espectro autista como una enfermedad). No lo decía la sociedad sino los mismos médicos donde Park Shi Ohn se desenvolvía. No lo decían sus enemigos, sino también sus aliados. Y no fue sólo una vez sino varias veces. Eso me dejó de piedra. Hay un límite para la ficción y aquí era buena idea ponerlo.El veterano doctor que también fungía como su tutor no debería ir por la vida diciendo que Shi Ohn "se aliviará". ¿Aliviarse de qué exactamente? No hay 'cura' para el autismo ni mucho menos para el mal llamado Síndrome del Savant, porque no hay ninguna enfermedad para curar. Este pequeñísimo dato, carecería de importancia si esto no fuera visto por cientos de miles de personas que van por ahí estigmatizando el autismo y quienes lo tienen.
Aun así, Good Doctor no es un drama malo. Flaquea, como sucede muchas veces, allá por la mitad. Las cosas se vuelven un tanto redundantes, porque la trama, en sí, no es compleja y carece de profundidad. Más allá de enseñarnos cómo este peculiar médico intenta con tenacidad y perseverancia mantenerse fiel a sus sueños, no hay mucho más para mostrar. Sin embargo, tampoco es aburrido.
Vale la pena de ver más que nada por el esfuerzo que hacen sus compañeros y superiores en aceptarlo tan y como es, a sabiendas de que será un proceso largo que necesitará grandes dosis de paciencia y otras tantas toneladas de tolerancia.
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Para habar de la trama de Healer desde una perspectiva cronológica primero tendríamos que remontarnos a las frías noches de otoño de 1980, cuando un grupo de cinco jóvenes, ingenuos e idealistas, se paseaban por las calles de Seúl a bordo de un camión en cuyas entrañas se albergaba el equipo necesario para sostener una emisión de radio pirata dedicada a lanzar consignas y acusaciones contra las limitadas libertades que imperaba durante aquellos primeros meses de la dictadura. No mucho tiempo antes la sangre de estudiantes, obreros y civiles tiñeron de sangre el sudoeste del país asiático cuando la masacre de Gwangju demostró de lo que era capaz el despótico gobierno que Chun Doo-hwan instauró con puño de hierro después del golpe de estado donde se autoproclamó presidente de la república. Es en este panorama desolador donde surge la idea de expresar sus opiniones por medio de trasmisiones errantes, e incluso llegaron a publicar el primer número de una revista llamada Healer 힐러 para “sanar los problemas de la sociedad” que ellos mismos se encargaban de trasmitir, argumentando que ésta era la esencia misma del periodismo.Kim Moon Shik fue el joven que más progresó dentro de este grupo de amigos, pero también fue el que más se alejó de los ideales que enarbolaban. Siendo un chico introvertido, más que participante de la radio pirata, era sólo oyente. Sus habilidades en el volante le permitieron ser el chófer oficial del ruidoso camión que les servía como cabina mientras eran perseguidos por la policía metropolitana a lo largo de las estrechas calles de la ciudad. Huérfano en aquellos años, quedó a cargo de su hermano pequeño Kim Moon Ho y heredó de su padre un viejo negocio de autos chatarra que servía como guarida vespertina para él y sus novatos compañeros. Con el paso de los años se convirtió en un importante empresario que subió tan rápido de escaños hasta alcanzar la presidencia de la cadena de noticias Jail, convirtiéndose también el personaje más complejo de toda la serie.
Choi Myung Hee era la única chica de los cinco. Alegre, servicial y bonita, Kim Moon Shik la llegó a amar en secreto, pero la joven ya había establecido una sólida unión con el colega de ambos Oh Gil Ahn, un muchacho jovial y cariñoso, con quien años después, ya dedicados al periodismo de manera profesional, contraerían matrimonio y se convertirían en los padres de una niña a la que llamaron Oh Ji An. Apenas un mes antes que ella había nacido Seo Jung Hoo el hijo de Seo Junk Suk, otro chico del grupo y el amigo más cercano de Oh Gil Ahn, con quien formó un dúo periodístico de renombre. El más castigado del equipo fue Ki Joong Jae, un chico rebelde, hiperactivo y bromista que retaba a confundir a los policías en aquellas memorables persecuciones en los tiempos del totalitarismo. Fue encarcelado por sus principios y condenado a 11 años de prisión bajo argumentos ridículos y refutables.
Las cosas se tornaron horribles en enero de 1992, cuando Oh Gil Ahn como reportero y Seo Jung Suk como fotógrafo, emprendieron una misión para destapar un importante caso de corrupción que involucraba a una constructora y a una misteriosa sociedad llamada Los Agricultores, conformado por hombre poderosos inmersos en los negocios y la política que se creían con el derecho de manipular su entorno a base de sobornos para el beneficio propio sin pensar en las consecuencias que tales actos podían infringir a la sociedad. El castigo por mirar donde no debían fue desastroso, pero la versión oficial de esos hechos fue más perversa todavía y perduró con el paso de los años: supuestamente Seo Junk Suk asesinó a Oh Gil Ahn durante una riña, de la cual fue testigo ocular Kim Moon Shik. Sin saber qué hacer y carcomido por la culpa Junk Suk se suicidó al poco tiempo de la muerte de su compañero. Mientras, la joven madre Choi Myung Hee y su hija sufrieron un misterioso suceso que acabó con la vida de la pequeña y dejó parapléjica a Myung Hee.
Tuvieron que pasar veinte años —y que alguien viniera a limpiar el polvo que había caído sobre el caso— para que los pedazos de aquellos extraños sucesos llegaran a las personas correctas y fueran cuestionados sin reparo.
He idealizado a Kim Moon Ho desde la primera vez que apareció en pantalla por salirse del guion y mantenerse fiel a los principios de su labor. Para ser un periodista de una cadena televisiva de renombre se supone que debe de saber que hay cosas que por apego al protocolo y a la visión general que la compañía debe mantener no se permiten hacer; pero no, el niño mimado de la empresa también conoce sus privilegios y el alcance que su imagen significa para la gente. Es extraño encontrar en estos días a un personaje que ejemplifique con honor la hazaña periodística en su estado más puro; ese que no se deje influenciar fácilmente por la pantomima mediática que rige nuestros días. El amor a la verdad debería ser un estandarte y superponerse a cualquier individuo que intente obstaculizarlo, Moon Ho lo sabe y defiende la realidad social aunque ello implique amonestaciones de parte de sus superiores. Esa necesidad intrínseca que tiene de poner todo en duda es una de sus mayores virtudes, pues al final es ésta peculiaridad lo que lo llevó a investigar el paradero de la pequeña Oh Ji An y destapar esa falsa porquería en la que su hermano volcó toda su existencia. Moon Ho es también la pieza central de la historia, la piedra angular de la que todo se desprende. Su participación es tan importante para la trama que por un momento pensé que los productores se cargarían al personaje a la primera oportunidad que tuvieran (aunque por suerte se antepuso el final cursi y perfecto contra el temible cliché televisivo de asesinarlo a balazos, o envenado). Además, algo que amé de manera absurda fue la relación tan desenfadada que mantenía con Kang Min Jae, la directora de noticias.
Ésta relación tan extraña como bonita habría resultado fabuloso que la hubieran explorado un poquito más para no dejarnos con el corazón en el cuello en esa última escena que no nos supo a nada, donde los dos compartían un café así muy a lo seco pero con miradas de viejos cómplices y sonrisas que les recordaron a otros tiempos. Porque Min Jae es de las pocas personas que le entiende. Quizá le exaspera un poquito su manía de pretender hacer todo a su manera y se convenza así misma de que el tipo está siendo cegado por la fama que le precede, pero muy en el fondo ella sabe que tal cosa no es verdad. Su disciplina como directora también le hace comprender que hay cosas que se escapan de sus manos, instantes en los que el periodismo sólo es una fachada en un set televisivo. Al final, los peces gordos son los que maniobran las cuerdas y hacen hablar a los títeres dictándoles tras bastidores qué cosas deben de decir y cuándo hacerlo. Moon Ho jamás pretendió caer tan bajo como su hermano, por eso resulta exquisito el gesto de repulsión que se le pintó en la mirada cuando los poderosos, escondidos en las tinieblas de sus propias ambiciones, le invitan a formar parte de la vida política de Seúl.
Kim Moon Shik tiene dos debilidades remarcadísimas desde el principio: su testarudo hermano menor y la mujer a la que más amó en la vida, Choi Myung Hee. Quizá, si el Anciano no le hubiera lavado la cabeza siendo muy jovencito, la inteligencia y la paciencia de este señorón habría conseguido mantener viva la llama de aquellos chicos de los 80’s que desde las trincheras radiofónicas le daban voz a los periodistas silenciados, esos que se revelaban de manera directa ante el agravio de la censura, a pesar de que él nunca fue una voz activa dentro de la misma. Moon Shik es un personaje por sí mismo complicadísimo, mi hermana y yo llegamos a debatir si era una víctima de las circunstancias o un ciego mental incapaz de percibir el dolor que con el paso del tiempo llegó a infligir en otros. Sin embargo, hubo ciertas ocasiones en las que su estoicismo se desmoronó a pedazos (al ver las visiones de sus antiguos camaradas, al ser abandonado por su esposa, al recordar a la niña que dejó perdida, etc), momentos como ese me llevan a pensar que muy en el fondo todo lo que hizo después de los eventos trágicos del 92 fueron guiados tanto por el miedo como por el amor que le profesaba a esas dos personas. Lo que vendría después sólo sería una plataforma para tener todo lo que soñó y todo lo que jamás podría haber imaginado: poder, renombre, reputación, dinero.
¡Chae Young Shin es una chica estupenda! Dejemos de lado su mediocridad en el ámbito periodístico y esa devoción casi religiosa que siente hacía Oriana Fallaci mientras trabaja para la prensa del corazón de un periódico en línea de quinta. La niña la ha pasado fatal en la vida pero aun así se las arregla para sacudirse aquellos recuerdos que le empañan su infancia, salir ahí afuera para sonreír todos los días y de paso cantar como si mañana no volviera a salir el sol. Es un gustazo también conocer sus debilidades, sus temores y sus dudas sencillamente porque eso la hace más humana a los ojos de los espectadores. Es una persona que siente el deber moral de proteger al débil cuando la situación lo amerita, aunque ella misma se esté hundiendo de miedo, y hay que reconocer que eso también tiene su épica. Además, la relación que mantiene con su padre adoptivo y sus tíos-ex convictos-criminales es muy chula.
Seo Jung Hoo es todo lo contrario a Young Shin. Si ella creció con la idea de que sus padres biológicos la botaron cuando sólo tenía seis años, Jung Hoo tuvo que lidiar con la noticia de saber que su papá se había suicidado más o menos cuando tenía la misma edad. Un día fue abandonado por su dolida madre y al poco tiempo su abuela murió. La pasó fatal en la escuela y terminó encerrado en un reclusorio juvenil donde después de salir fue acogido casi por la fuerza por un antiguo camarada de su padre Ki Joong Jae (¡personaje inolvidable!), quien lo entrenó en defensa personal y en otras áreas que posiblemente rayaban la ilegalidad en el país sólo para ¿adivinen qué? Abandonarlo un día, tal y como lo hicieron los demás. A los veinte años se convirtió en Healer, el mensajero nocturno más reputado dentro del negocio.
Un punto a favor es el hecho de no haber convertido la relación de Kim Moon Ho, Chae Young Shin y Seo Jung Hoo, en un paupérrimo triángulo amoroso. Eso sí me hubiera hecho rechinar los diente y patalear de rabia. Por suerte mantuvieron a la pareja muy apartada del periodista, que dicho sea de paso fungía muy bien como hermano mayor desde que eran pequeñitos, lo que le daba un gesto de simpatía cada vez que aparecía con ellos, procurando su bienestar e imponiendo un límite infranqueable al primero que intentara ponerles un dedo encima. Sobra decir la fabulosa mancuerna que formaron los tres con la misma jefa de Healer, Jo Min Ja, cuando sus verdaderas identidades ya habían sido reveladas. Min Ja se lleva el protagónico cuando aparece en pantalla. Sí, quizá iba por la vida haciendo los clichés más trillados de los hackers de la ficción, pero el hecho de que siempre tuviera un sushi en una mano y en la otra un estambre para bordar le añade los quince mil puntos de originalidad que ya quisiera gozar actualmente cualquier pirata cibernético retratado en la televisión.
Al final, todos terminan importándote; los del pasado y los del presente. Como mencioné antes, me hubiera gustado una clausura más cerrada, donde se supiera a ciencia cierta qué pasó con el Anciano y Los Agricultores; quizá una pista de cuál es el futuro de personajes tan entrañables como la misma Min Ja o Dae Yong, la ayudante de Healer que tenía un potencial tremendo a pesar de su juventud y lo infravalorada que sentía la pobre sabiendo que era capaz de muchísimo más. Quiero creer que Myung Hee será muy feliz ahora que conoce el paradero de su hija y sus ataques epilépticos no volverán más. Le deseo un final bonito a Dong Won, el policía cibernetico que soñaba con cazar a Healer que, por muy insufrible que se tornaba a veces, merece un futuro donde se le dé reconocimiento que se merece y no cargue con culpas tan fuertes como las que aun persiguen a Min Ja. Todo el equipo de Someday News también debería de llegar lejos, quizá se convierta en una sección noticiera fresca y veraz cuya perseverancia les consiga un buen status entre los noticieros del país y sus colegas periodistas. Se merecen una reputación así después de toda la explotación laboral que vivieron por parte de Moon Ho.
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Es de agradecer que la serie no nos muestre el idílico romance entre un soldado y una civil con una seca perfección del deber y esa lealtad a su país de por medio, sino que se atreva a ir más allá y presentarnos a dos polos opuestos cuyas profesiones hacen disparar la flecha del mutuo entendimiento en distintas direcciones. Esa ambigua travesía entre la vida y la muerte, entre salvar a un ser humano o acabar con él, es lo que define a estos dos frente a sus propias posturas.
Shin Jin podrá tener el código militar muy arraigado en las venas, vistiendo el uniforme con un patriotismo tosco y contundente, pero también tiene un sentido del deber que se aleja de sus superiores para rendirle cuentas a la sociedad que ha jurado defender. En un principio, a Mo Yeon le cuesta un poco ver esto porque gran parte de su carácter está sumergido en este estoicismo marcial que tanto se esfuerza en vestir, y no se le puede culpar en lo absoluto: como militar ha aprendido a callar su trabajo para conservarlo en un hermetismo sepulcral; y eso es lo primero que choca con ella.
También era bastante palpable desde un principio que la doctora no entendería la encrucijada de saberse defensor de la paz desde la comodidad que se respiraba en Corea del Sur y ahí es donde entra la ficticia nación de Uruk, un país ubicado en algún punto de la península balcánica —de tintes de medio oriente con arquitectura griega— donde ambos se reencuentran después de estar casi un año separados. El jeque árabe sería el primero de varios casos que se presentarían en ese lugar durante un puñado de semanas y que le darían a Mo Yeon la oportunidad de presenciar en primera persona lo que Shi Jin no le puede decir con palabras. Y de paso le serviría para entender por fin que la vida no puede ser definida en blanco y negro; que no vivimos en un mundo de dimorfismo donde sólo existe la maldad y la bondad; donde tendría que tomar decisiones poco agradables que afectarían a algunos para asegurar la supervivencia de otros, y el corazón se le quedaría en un puño cuando existieran situaciones donde un diagnóstico en medio de una catástrofe significaría la sentencia de muerte para una persona.
Y es que Kang Mo Yeon es transparente como el celofán, terca como una mula y con un carácter muy definido por su posición. Conocemos sus ambiciones, su lealtad desmedida al juramento hipocrático, sus planes a futuro y su reticencia de caer enamorada de Shi Jin sabiendo que cualquier misión secreta le puede costar la vida. Le vemos estallar en furia frente a su superior cuando le demuestra que el status quo de una familia es más importante que la experiencia aprendida dentro del quirófano y observar con suspicacia a la chica que le robó al novio jamás correspondido en su etapa universitaria. Para cuando llega a Uruk ya no hay cosa que nos sorprenda de ella pues le hemos leído la cartilla en su tierra natal y nos gusta.
Sin embargo, hay un punto en el que Yoo Shi Jin cuestiona por primera vez todo aquello por lo que ha luchado, y esto sucede cuando se topa con David Agus, un antiguo camarada estadounidense que desertó del ejército para convertirse en el líder de un grupo delictivo que merodea por la zona. Quizá el golpe no sería tan fuerte si en el pasado Shi Jin no hubiera arriesgado su seguridad para rescatar al soldado Ryan en aquella misión suicida donde su superior terminó acribillado por el fuego cruzado del enemigo. Esa ingenuidad innata en un alma tan pura es lo que le impide comprender que la vida a veces depara golpes difíciles; que hay personas que no nacieron para ser soldado; que el patriotismos no se puede comprar ni aparentar y que un acto de bondad en un mundo de bayonetas y misiles jamás se pagará con una firme fidelidad a tu bandera, seas de la nación que seas. Y él lo tuvo que aprender de la manera más cruel posible. La desilusión de saberse traicionado tarda lo suyo en salir a flote, pero cuando lo hace se exhibe como una ira contenida que lo domina por dentro, detonado también por el secuestro de Mo Yeon a manos del bastardo de Agus. Shi Jin sabe que no hay persona más peligrosa que un soldado sin patria y, si bien, disparar el gatillo le corroe la conciencia, también le sirve de catarsis para expulsar sus propios demonios; para volver a ser una persona de honor en esas dos horas de incertidumbre que le fueron concedidas.
Y también está la pareja secundaria: Seo Dae Young y Yoon Myung Joo. La peculiaridad de este par de tórtolos es que son una especie de Romeo y Julieta que los hace más irresistible conforme su historia se nos va revelando. Ambos son militares, pero ella es de un rango mayor que él, además de ser cirujana e hija de un importante general que no ve con buenos ojos que su retoño termine liada con un soldado que no hace tiempo andaba por las calles de la ciudad metido en una pandilla. De hecho, el papá no duda en conseguirle un pretendiente que esté a la altura de sus expectativas milicianas (que son muchas y son grandes) y así, muy a la vieja usanza, le pone de frente con el capitán Shi Jin para que terminen “juntos” en una relación que no se la creen ni ellos. Aquello termina siendo un triángulo amoroso bizarro que raya la ridiculez y la ternura porque Shi Jin es el mejor amigo del sargento mayor y tiene una relación muy fraternal con la teniente primera desde tiempo atrás. Además, él también los quiere juntos, por lo que su función como intermediario es, más o menos, neutralizar el campo de batalla para que estos dos confiesen su amor a rajatabla en lugar de darse golpes de pecho cada vez que se tienen en frente.
Ya su reencuentro en el hospital nos deja sudando en frío por la tensión tan sofocante que se respira, pero también por la dureza de ella y la rigidez de él. Tanto la doctora como el sargento poseen una coraza de hormigón propia de cualquier soldado, pero es tan diáfana que es posible asomarse entre esas capas de entereza que intentan mantener a pesar de la disconformidad que los consume por dentro. Seo Dae Young es el de la actitud sumisa, perceptiva y obediente hasta el tuétano y por eso Myung Joo no duda en usar su rango para llamar su atención, para hacerle espabilar un poco y para que abandone esa apariencia robótica y castrense que le empequeñece más de lo que debería. Pero ella es todo lo opuesto a él; tan vivaz como testaruda e inteligente. Sabe lo que quiere y conoce los medios para conseguirlo, a pesar de que siempre tiene a su padre —con sus tres estrellas sobre el hombro— pisándole los talones. Tampoco podemos despotricar contra el señor y la idea de bienestar que tiene para su hija; ya sabemos que en el ejército los rangos cuentan (y mucho) para establecer firmemente tu expediente y de paso tu reputación. Que una doctora cirujana se enrolle sentimentalmente con un simple sargento le parece una chapuza grotesca tanto para él como para su familia. A Myung Joo ese juicio sobreprotector le da unos altibajos tremendos a lo largo de todo el drama que alcanzan un punto crítico cuando ella agoniza en Uruk y rematan en el momento que cree muerto a Dae Young.
La suya fue una historia de amor que se sobrepuso a las decenas de obstáculos que se encontraron en el camino. Su evolución es palpable desde el comienzo y aunque tuvieron sus retrocesos éstos jamás se aglutinaron más de lo necesario. Fue una pareja que tuvo que aprender a respetarse por su condición de humanos más que por ser soldados, y lucharon (cada quien a su manera) para entenderse mutuamente en medio de esa fragosidad que les obstruía los sentimientos. Aun siendo polos opuestos se las arreglaron para inventarse cada quien su lugar en esa relación tan peculiar como radiante. Disfruté mucho viendo su constante evolución, y la química entre los actores servía para que esos diálogos francos que se escupian en la cara cada vez que se veían fueran tan irresistibles para ellos como para los que los escuchábamos.
El resto de los personajes tampoco tienen desperdicio. Era bastante evidente que algunos sólo estaban ahí para llenar huecos en el guión pero también que hubo otros cuyo papel era más importante. El cirujano Song Sang Hyun y la jefa de enfermeras Ha Ja Ae fungieron como una tercera pareja protagónica que también tuvo sus momentos de lucidez, sobre todo por la obstinación de ella para no sucumbir a la carismática personalidad del doctor, que igual le hubiera besado los pies con una palabra suya. La crisis existencial de Lee Chin Hoon durante su voluntariado también tuvo su epopeya. Empecé a creer que su desequilibrio mental lo iba a dejar en una eterna depresión que le haría abandonar la medicina, pero por suerte logró superarlo y regresar a Corea para estar al lado de su prometida durante el nacimiento de su bebé, y portar la bata blanca con orgullo por mucho tiempo más.
La dirección ha sido una preciosidad y ciertos episodios tienen unos planos tan hermosos que me he quedado embobada en más de una ocasión mientras retrocedía el streaming para ver la escena mucho mejor. Grabar en el extranjero fue un plus total porque permitió mostrar escenarios con unos paisajes naturales de ensueños (esos muy característicos de las islas griegas) además de enseñarnos ciertos aires distintos a los que este tipo de series nos tiene acostumbrados. Una mención especial a la playa Navagio con ese imponente esqueleto barquero que sirve como telón de fondo para la historia de los protagonistas por su gran valor sentimental.
Shi Jin y Dae Young son soldados hechos y derechos, su lugar está ahí, entre las barracas, los helicópteros y los cuarteles; entre las calles de su país y las zonas de guerra. Abandonar la lealtad a su patria sólo para quedar bien con sus novias me habría resultado ridículo porque también ellas están comprometidas a sus vocaciones. Por suerte, ese año de ausencia les enseñó a ambas parejas a sobrevivir por iniciativa propia, aun en las peores circunstancias, y para entender que su sacrificio personal siempre será gratificado por el bienestar de la gente, “en cualquier lugar de la Tierra. Y siempre bajo el mismo sol”.
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Clean With Passion For Now
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La pareja protagonista me ha gustado; me parecieron bastante bien aunque por momentos sus personalidades lograban exasperarme un poquito y ganas me sobraban de darles un zape para que espabilaran un poco xD. Los personajes secundarios son entrañables, y eso, en parte, consigue levantar los episodios cuando comienzan a decaer. Hay escenas muy graciosas, eso sí, y una que otra carcajada por ahí y por allá sí está asegurada.
Drama recomendado para quien quiera pasar un buen rato sin sufrir tanto en el proceso o esté hambriento de finales felices y relaciones cuquis al por mayor.
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La premisa de la criatura del doctor Frankestein no es nueva, salvo que el personaje de Shelley no era ajeno al dolor emocional (más bien, se ahogaba en él de una manera que no sabía procesar). Pero no deja de ser "una monstruosidad" el no poder expresar los sentimientos más básicos. En ese aspecto, Jang Hyuk brilla demasiado: se necesita una versatilidad actoral única para interpretar a un personaje inexpresivo y él lo hace a la perfección.
Poner a personajes así de pétreos y fríos frente a la pantalla, convertirlos en protagonistas y pretender que empatizemos con ellos, puede ser un arma de doble filo. Generalmente, para que eso suceda necesitamos a otro personaje que le haga un peso contrario en la balanza. Alguien que sea todo lo contrario a lo que éste es. Alguien jovial y carismático. Alguien que pueda comprender y que sirva como brújula moral ante cualquier escenario. Tanto para el personaje como para el público. Park So-dam es maravillosa en ese papel a pesar de su juventud.
Y a pesar de todo (un guión a la altura, una buena dirección, un desarrollo de personajes bastante aceptable), el drama nunca me atrapó. Por momentos se me hacía sumamente lentísimo y en otros más se aceleraba a un ritmo frenético. Los personajes jamás consiguieron ganarme, a pesar de que tuvieron sus momentos y su relación siempre fue de menos a más. Aun así, pienso que todos deberían darle una oportunidad, por lo menos a los primeros dos episodios. Después de eso, si la curiosidad continúa, seguramente será un drama que será de su agrado.
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Ya con leer la sinopsis sabemos que los elementos que forman la trama no necesariamente brillan por su originalidad. En ese aspecto, Stranger no ofrece absolutamente nada novedoso. Nada que no hayamos visto antes. Sin embargo, es la forma en la que plantean el conflicto y lo resuelven lo que logra equilibrar esa balanza donde se sostienen sus rebuscados elementos.El punto fuerte de Stranger reside en su argumento lineal y en un arranque aparentemente sencillo. El primer episodio es también el que sirve de cimiento para todo lo demás. Una mera introducción discreta a personajes y escenarios que más adelante se agrandan en un atlas argumental más complejo. Y es que, de hecho, el asesinato que se comete aquí, se resuelve con una rapidez inusitada y sin una sola traba, lo cual me resultó bastante extraño (¿entonces qué era lo complicado en todo esto?). Tenemos el juicio final y una sentencia que se veía venir por inercia. Nada novedoso, nada sorprendente. Lo que parece ser un recurso reprobable y típico ante un asesino acobardado se convierte en el punto cumbre donde la ebullición de la corrupción gubernamental sale a flote. La duda base es planteada aquí en el espectador, ¿de verdad han sentenciado a una persona inocente? El suicidio de Kang Jin Seob en las frías celdas de la prisión junto con su carta póstuma se convirtió en un efecto mariposa que se extendería dos meses y haría caer en el proceso a figuras públicas de renombre en la sociedad coreana. Pero el caso del asesinato de Park Moo Sung no tendría la repercusión que tuvo si el fiscal Hwang Shi Mok hubiera estado fuera de escena en el momento más adecuado.
Hemos visto a muchísimos personajes como Hwang Shi Mok en el ámbito televisivo. Últimamente se puso de moda presentar a protagonistas así, sumamente inteligentes, superficialmente fríos y aparentemente protegidos de todo tipo de emociones que, si no fuera por su moralidad innata, fácilmente serían catalogados como sociópatas. Jamás se especifica qué tipo de trastorno mental desarrolló en la infancia. A grandes rasgos parecía tener una especie de hipersensibilidad sensorial, por lo que ciertos estímulos externos provocaban en él una reacción agresiva que fue tratada con una cirugía cerebral que le desconectó las emociones. Sin embargo, su inteligencia connatural quedó intacta.
El oponente más directo del fiscal Hwang es Seo Dong Jae, un colega suyo que trabaja en las mismas oficinas del Oeste de Seúl y que poseé todas las herramientas sociales y laborales que Shi Mok jamás podría tener. Sin embargo, estos también son sus puntos débiles. Eso, aunado a una altivez atípica que disfruta al regodearse de sus hazañas, dan como resultado una mediocridad estratégica que provoca recaídas constantes en su avance a lo largo de todo el drama.
La teniente Han Yeo Jin se nos presenta como una mujer única en el cuerpo policial de Seúl. Adicta a su profesión en cuerpo y alma; con un corazón de oro y una bondad natural que se le resbala por la cara. Un espíritu libre y terco, con un raciocinio intacto, una inteligencia portentosa y una dulzura que se contrapone de golpe a su placa y pistola; porque ante todo, ella está ahí para hacer cumplir y respetar la ley. No le tiembla el pulso para echarse a correr por las calles de la ciudad y mucho menos para sacarse las esposas persiguiendo a presuntos asesinos. No está hecha para matices medios ni justificaciones absurdas. Así se presenta ante Hwang Shi Mok y así es como él percibe su primera apariencia. Anda por la vida regalando dibujos a sus colegas y cuando no va por ahí combatiendo el crimen, igual le da asilo a una anciana a la que le acaban de matar al hijo o una cátedra sobre Astroboy y Derechos Humanos al colega novato en turno. Y todo le sale de maravilla; porque ella es así de perfecta.
De esa manera no dudé en pensar que Yeo Jin y Shi Mok en algún punto iban a reñir, al ser totalmente incompatibles y al utilizar métodos de trabajo tan dispares (ella apela más a la empatía con los involucrados y él al frío raciocinio). Salvo por su honestidad, amor a la verdad y curiosidad innata, ambos son polos opuestos condenados a diferir. Y sin embargo, se entienden. Y sin embargo, algo, no sé qué exactamente, hace un clic instantáneo al poco tiempo de conocerse. Resultó inesperado, por supuesto, porque estaba convencidisima que a él le iba a irritar la sociabilidad de ella y ella se hartaría de su aparente insensibilidad, pero de hecho, no tardaron en formar el vínculo más honesto y puro de toda la serie. No hubo entre ellos mentiras de por medio, ni giros inesperados, ni puñaladas por la espalda, ni decepciones a largo plazo, ni señalamientos infundados; ni siquiera discrepancias. Él jamás le recriminó su comportamiento; ella jamás intentó cambiar su esencia. Al contrario, supieron equilibrar la balanza de sus ideas para lograr un bien común y eso es digno de reconocerse.
A través de Yeo Jin vemos esos matices y microexpresiones de Shi Mok que de otra manera habríamos pasado de largo. Vemos la maravillosa evolución de un personaje extraordinario sólo a través de sus ojos. La indiferencia de él en sus primeros encuentros fue algo que causó cierto desconcierto en ella, pero a la cual consiguió adaptarse rápidamente. Al poco tiempo descubriría a través de la televisión que su peculiar infancia fue lo que forjó esa coraza extraña que lo convirtió en un individuo solitario y silencioso. Mientras el resto lo veía como un ser insensibles, psicótico y con fuertes rasgos antisociales, Yeo Jin se quedó con él para luchar contra todos y desde el mismo lado. No necesitó tanta astucia para percibir una melancolía extraña que ella encontró agradable. Ni tampoco tanta perspicacia para tachar su nombre de la lista de sospechosos. Le bastó con pasar una noche con él por las calles de la ciudad para darse cuenta del grado de devoción que Shi Mok le tiene a su profesión. Jamás lo vio ella como un robot preprogramado para hacer o actuar, sino como un individuo leal a sus convicciones y sobre todo, noble y puro en medio de un mar de colegas con muy poca vergüenza y menos cortesía.
Fue ella quien lo trató como un igual; poniéndose a su nivel para debatir ideas y compartir investigaciones. En ese insensato mundo de impunidad donde ambos se desenvuelven los cubrió siempre un manto de idealismo extraño de mutuo entendimiento que es donde siempre recayó la fortaleza misma de la serie. En esa amistad tan peculiar donde ella mira donde él no puede y donde él la orienta allí donde la emotividad de ella se lo impide. También es palpable el comportamiento tan diferente de Hwang Shi Mok cuando está con Yeo Jin. No se necesita mucho esfuerzo para darse cuenta de que su actitud es totalmente distinta que con cualquier otro individuo con el que lo vemos interactuar a lo largo de todo el drama. Es hermoso ser testigo de esa transformación tan peculiar, donde ese broquel moldeado con los años que ha utilizado sin descanso para protegerse del resto, se esfuma en un instante al estar ella a su lado. No, lo suyo no es trivial romanticismo, esta no es una serie que se preste para ello, y me agrada que hayan llevado hasta el final esta relación sin caer en clichés de por medio. Ellos están por encimas de todas esas cosas. Lo suyo es más una amistad genuina entre dos individuos cabales y sinceros que una relación apuntando hacia el enamoramiento- Y ahí donde están, donde los dejaron, están muy bien.
La manera de revelar a los presuntos involucrados en el asesinato de Park Moo Sung es una gozada total. Y precisamente ese estilo narrativo fue también lo que consiguió darle una profundidad mayor a la serie. Sabemos que Moo Sung fue asesinado por su declive como proveedor de todo tipo de mercadería turbia en el bajo mundo de la corrupción política. Además de eso, sabía demasiado de figuras poderosas dentro y fuera de la fiscalía y la policía. Era un peligro latente tenerlo vivo. En este acertijo turbulento donde todos parecen culpables de asesinato en primer grado y todos parecen tener también un motivo justificable para hacerlo, se desprenden tres figuras bases asentadas desde un inicio: el presidente del Grupo Hang Lee Yoon Bum, su única hija Lee Yun Jae y el esposo de esta ⚊jefe también de Shi Mok⚊ Lee Chang Joon.
Como espectadores nos presentan a presuntos autores intelectuales para después abrir paso a los posibles candidatos a cometer el primer crimen por aquellos que están muy por encima de la Ley. Junto a ellos, se escabullen como ánimas en pena, otros personajes ajenos al proscenio, y en la marcha es muy fácil descartarlos como cómplices porque no se ahonda más en sus vidas. Y es que, una de las claves en la narrativa de Secret Forest es que no hay cabida ni un minuto para el relleno argumental, si te presentan algo en la pantalla es porque tarde o temprano de algo te servirá saberlo. El único que logra evadir este molde es el secretario del director Lee y casualmente el responsable de la muerte de Eun Soo. Su culpabilidad recae por inercia al ver que fue él quien entró al departamento de Shi Mok para dejar aquel traje despedazado colgado de la pared. Aun así, la estrategia de aturdimiento que juegan con nosotros para responsabilizar al jefe de sección también merece su mérito. Llega un punto en el que uno no sabe si va por ahí estropeando la escena del crimen a propósito o es que de plano está en un shock traumático por ver cómo todo se le iba de las manos y de paso terminó asesinando a una persona inocente.
El último giro argumental, y el que yo considero mejor de todos, ha sido la redención de Lee Chang Joon en el capítulo final. Me ha parecido un personaje soberbio desde el principio. En series así siempre se juega con el pasado del villano para demostrarnos que en sus primeros años era un cordero bondadoso que con el paso del tiempo ⚊y conociendo el mundo en el que optó vivir⚊ se da cuenta de que para sobresalir debía dar la espalda a idealismos varios y dejar la ingenuidad a un lado. Chang Joon no difiere de todos ellos salvo por el detalle de que, al caer él, se encargaría de llevarse consigo a toda la mugre que le rodeaba en el proceso. Lo suyo fue una especie de guerra silenciosa, donde quedó justo en medio de dos bandos contrarios. Como pariente político de un empresario ponzoñoso, caer en las garras de lo impune o lo ilegal parecía un proceso de inercia, y por otro lado, el hecho de ser fiscal debía obligarlo a hacer prevalecer la justicia sobre todo lo demás. No se le puede negar el perdón a una persona que sacrificó su vida y su carrera para señalar con una espada a aquellos que lo orillaron a la perdición (y que de paso jodieron a todo el país) ¿no? Con su inmolación desde aquel edificio caerían también las intocables figuras de empresarios y funcionarios públicos. Y sin embargo, Shi Mok no ve todo monocromático, ni blanco ni negro, a pesar de que éste hombre fue su maestro y mentor. Lo señala también como criminal, cómplice, asesino, embaucador y monstruo. No se convence a sí mismo de ello sino que se lo dice directamente a los ciudadanos frente a las cámaras de televisión.
Y en el fondo Lee Chang Joon lo sabía. Sabía que al final convertirse en anti-héroe tendría sus pegas fuertes, por eso también, mucho tiempo antes, había visualizado su destino y no quería estar ahí para ver cómo todo se convertía en polvo. Su suicidio fue también su reconquista como ser humano. Su convicción al creer que hizo lo que pudo cuanto estuvo en sus manos. También consolidó la base firme que dejaría en la fiscalía después de su muerte. Fue algo astuto y cabal. Se fió de las únicas dos personas que serían incorruptas por principios y fe. Y no falló. A su modo, Shi Mok y su superior Kang Won Chul jamás se rebajaría al nivel que él tuvo, pues no había nada que los obligara a hacerlo. Ni lazos familiares con empresarios de renombre, ni ambición al dinero de por medio. Eran un par de almas nobles en las que podía confiar; y lo supo a base de tácticas y tentaciones que puso en sus caminos para hacerlos tropezar; para corroborar su temple e ideales. Fueron los únicos dos, entre todo aquel recinto de defensores de la Ley, que no sucumbieron ante sobornos y mentiras; mismos que de ser necesarios señalarian sin miedo a los cabecillas de corporaciones y cuerpos de justicia cuando saliera a flote tanta porquería.
Secret Forest se convierte por sí sola en la mejor serie coreana que he visto en la vida. La he puesto por encima de Signal sólo porque ésta ha dado un final cerrado y conclusivo. Deja vestigios de un final abierto, pero el caso principal se abrió y se cerró tal y como debía hacerlo. Es muy difícil encontrar dramas así; tan sencillos, rectos y muy cuidados a la vez, tanto estéticamente como en guión y dirección. Las actuaciones están en su punto y los personajes que interpretan, a la altura. Los giros de guión son una exquisitez que saboreas entre la emoción y la amargura, y no hay escena, episodio ni personaje que no esté planeado en la trama sin ningún motivo.
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Medical Examiner Dr. Qin 2
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¿Y por qué lo recomendaría? Porque ésta segunda temporada se queda corta en muchos aspectos, entre ellos el carisma de los secundarios y la evolución de su protagonista principal. No lo voy a negar, los actores anteriores dejaron el estandarte muy alto y unos zapatos difíciles de llenar. Es decir, hay una referencia televisiva previa a estos personajes y el público se los ha señalado ya. El ambiente es más oscuro y el caso principal un tanto tétrico (lo cual es bueno), pero resulta mucho más pesado verse rodeada de un trío que no está a la altura de las circunstancias y que parece que busca torpemente pistas en la oscuridad.
La primera temporada se sentía liviana porque entre caso y caso teníamos un respiro suavizado por la camaradería y los diálogos punzocortantes de los chicos. Sarcasmos de por medio que sacaban más de una carcajada en el momento justo y después nos trasladaban a otro escenario sangriento de homicidios. La personalidad del trío era tan variopinta, tan viva, tan distinta una de otra, que verles interactuar era una gozada total. Y aquí todo es gris tirando a negro. Oscuro como la trama misma; salvo tres o cuatro escenas no hay más dónde exprimir un poco de amor propio a estos muchachos. ¿Dónde está la esencia del Dr. Qin de la primera temporada? El egocentrismo, la terquedad, su testarudez, su obsesiva perfección ante las cosas. ¿Dónde está la picardía de Lin Tao? Rebelde con causa, cegado por el amor a una novia que jamás vimos y siempre dispuesto a picarle a las costillas a su mejor amigo. No puedo comparar a la genialisima Da Bao con la asistente de Qin en esta temporada porque es que me la hicieron más plana que una pared a la pobre.
NOTA 1: [DUDA EXISTENCIAL] Sé que el personaje que Qin Ming es muy distinto en los libros al de la primera serie (¡hasta casado está!) y me gustaría saber cuál de los dos actores que lo han interpretado han acertado más en su personalidad.
NOTA 2: Y otro punto que no puedo dejar pasar: está bien que jueguen con el ‘bromance’ entre el doctor y Lin Tao pero, ¿hacerlo en una cama donde mataron a una mujer en una casa donde asesinaron a toda una familia? No, por favor. Too much!
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El argumento de Signal es sencillo aunque se complica a cada capítulo, y lo de la corrupción dentro de la policía es tan predecible como el sol que saldrá mañana en el horizonte, aun así el verdadero peso de la historia recae en la comunicación del pasado y el presente que mantienen estas dos personas. Es verdad que la idea de una familia humilde destrozada por la corrupción es algo más masticado que un chicle, pero valiéndose de un poco de imaginación y un guión a la altura se puede sacar una historia bien contada. Y la historia de Park es así; termina siendo el último eslabón en una serie de casos que al parecer, por caprichos del destino, terminan hilvanados unos con otros en una telaraña atemporal debido a su estatus sin resolución. Siendo el personaje central, su historia tardó lo suyo en ser contada, y la única referencia que nos queda son esos tristes recuerdos de tiempos oscuros en los que se sentía solo, y que remarcaban más la ausencia de un hermano que para sus ojos era el ser más ejemplar. Si de algo sirvió ponerle como líder inmediato a la detective Cha Soo Hyun es para expulsarle ese resentimiento hacia sus colegas y a su propia profesión. Ella le enseña que hay policías que están muy lejos de su limitada e insulsa visión resentida de víctima. Cha Soo Hyun, interpretada por la icónica actriz Kim Hye Soo, no puede pasar desapercibida. Es un personaje extraordinario que se ha convertido en uno de mis favoritos en cualquier ámbito y en cualquier medio. Los silencios de Soo Hyun valen toneladas, pero lo verdaderamente maravilloso es atestiguar su increíble evolución: desde los tiempos de policía novata a la experimentada líder de un equipo de cuatro que apenas puede darse abasto con la cantidad inmensa de casos que les caen encima. La vemos ingenua e inocente en su juventud, tan domada por la academia y excesivamente sumisa ante sus superiores para después verla en un presente que nos parece imposible: ahí mismo donde golpea la mesa de interrogatorios para exigir una declaración o allí donde no duda en elevar la voz ante sus jefes para señalar el punto donde convergen sus problemas. La detective Cha porta la placa policial con orgullo desmedido porque aprendió a valorar su profesión gracias a la inquebrantable voluntad de un hombre bueno que conoció en el pasado. Quizá eso de seguir soltera después de los cuarenta le de una buena jaqueca a la anticuada de su madre, con la típica actitud pueril de una señora que ve con desagrado cómo su retoño pierde el brillo de sus años, pero Cha no desiste a su extenuante trabajo de escritorios diminutos repletos de carpetas apiladas, café barato, cubículos bulliciosos como leal vigilante de la ley. Le gusta su profesión y sufrió lo suyo para estar parada ahí con una dignidad envidiable, y no deshojando margaritas ataviada con una pijama rosa, mientras sus sobrinos brincan en la cama y la necia de su madre le consigue la vigésima sexta cita a ciegas con un abogado calvo y cincuentón.
Lee Jae Han es el alma más pura del vecindario. Y mira que no es un personaje complejo; de hecho, si el bueno de Lee brilla tanto es por su transparencia. Es imposible no amarlo. Es un churrete de honestidad, de bondad y una ejemplificación digna del genuino sacrificio. No es que sea perfecto, sino que son precisamente sus defectos los que le añaden mil puntos a su nobleza. Es un individuo nacido en la época equivocada, con una postura infranqueable donde confluyen de manera desmedida el amor a la verdad, la justicia y el valor. Un policía hecho y derecho en peligro de extinción por culpa de aquellos colegas que sucumbieron ante el capricho de la impunidad a cambio de un puñado de migajas de pan tiradas en el suelo. Está demás decir que él se lleva la serie con una diferencia abismal sólo porque la actuación de Cho Jin Woong vale cada minuto y cada jodida escena donde aparece; desde su torpeza al hablar, hasta su testarudez para conseguir lo mismo una confesión que una pista. Lloré con él; sufrí, reí y me emocioné cuando lo hizo y se me partía el alma en pedacitos chiquitos cuando le veía gritar sus frustraciones y derramar océanos de lágrimas de impotencia al no tener el poder de cambiar las cosas tanto como quisiera por culpa de esos soberbios hipócritas que le destrozaban la vida a su antojo. Pero lo más extraordinario es ver esa evolución que presenciamos también en los otros dos personajes. De hecho, Jae Han puso los cimientos de temple y visión policial que años después vemos palpables en la detective Cha, y que a su manera insiste —a vuelta de tuerca y guión— en enseñarle a Park. Es un sincretismo que se entiende por sí sólo, un ciclo que se renueva y renace en cada caso, cada cambio de camino, cada distorsión de tiempo; y eso lo continuamos viendo hasta el final.
Los asesinatos seriales de Hwaseong (Ep. 02, 03, 04) serán un prefacio de lo desastroso que resulta cambiar el destino, alterar el orden y tratar de revertir la maldad humana. Ni Park ni Lee, como unión ambigua de dos épocas distintas, estaban listos para aquel enigmático primer golpe donde salvar una vida inocente terminaría por liquidar otra que también lo era; una broma macabra de la distorsión del tiempo. Lee no sólo es tratado con la punta del pie por colegas de otro bando después de su error, sino que su existencia le tira un jaque mate siniestro cuando la chica que le robó la razón siendo aún un inexperto policía es maniatada y asesinada en esas calles oscuras donde tantas veces custodió su caminar. Jae Han jamás vuelve a ser el mismo desde ese día; no se le amarga la existencia por el crimen, pero a nivel personal se cubre el rostro y el alma con una fachada dura, desenfadada y burocrática, evitando crear vínculos tan fuertes con la gente, y adopta un porte férreo pero frágil que se resquebraja más de una vez por culpa de su innata bondad.
La muerte de la hija de su amigo ex-convicto termina convirtiéndose en el punto sin retorno que lo invita a abandonar todo, incluso las transmisiones, corroído por la culpa de saber que esa tragedia pudo evitarse. Irónicamente en el presente las cosas no terminan mejor: cuando el padre de la niña sale de prisión busca venganza por la prematura muerte de la nena y sin proponérselo termina con la vida de la detective Cha Soo Hyun en una fracción de segundos. Un desastre total. Para ese entonces Park ya había tenido más de un roce con Soo Hyun por los métodos tan distintos con los que procedían por su cuenta, pero eso no evitó que entre los dos se forjara al poco tiempo una tierna tendencia de respeto profesional en la que ambos se apoyaban entre conversaciones silenciosa y diálogos pétreos. Existía un vínculo forjado en plomo para cuando aquel auto de refrigeración estalla la noche más fría de la ciudad, por lo que el teniente no titubea ni un segundo para enmendar el daño que ocasionó al osar manipular el tiempo. Guiados por motivos propios, tanto él como Lee, se las ingenian para corregir el escenario caótico que han creado y consiguen, contra todo pronóstico, poner en orden el universo una vez más.
Ya a la mitad de la serie le toca el turno a la detective Cha Soo Hyun sufrir una sacudida existencial cuando es encontrado el cadáver de una mujer con el sello innegable de un aparente asesino serial que estuvo a punto de convertirla en víctima en sus tiempos de aprendiz. En éste arco vemos cómo se crea un monstruo, dijera Park, a sabiendas de que el chico no nació siéndolo. El criminal que nos atañe (Ep, 09, 10, 11, 12) podría pasar desapercibido para cualquiera: tímido, joven, obsesivo compulsivo y silencioso; es gracias a escasos flashbacks de su infancia que comprendemos su calvario. Nos adentramos a su psique más profunda para encontrar los restos traumáticos donde se asentaron sus complejos. La visión de la madre carcomida por la depresión es una imagen tan fuerte como desoladora, pero necesaria para tropezar con los indicios donde la mente del chico se dañó; ahí donde la percepción de la realidad se quebró hasta hacerle perder cualquier trozo de benevolencia que pudo haber retenido hasta entonces (le vemos de niño salvar a un cachorrito y justo después a su madre desechando su cuerpecito en una bolsa negra de plástico). Si alguien, cualquier persona, le hubiera tendido una mano, se lamente Park, quizá todo sería distinto; porque como estudioso de la mente no puede evitar sentir un grado de condescendencia frente a esos parias de la sociedad que sólo fueron víctimas de la circunstancias, y sabe que el asesino de Hongwong fue uno de ellos. Pero para la detective Soo Hyun aquello es muy distinto: no puede darse el lujo de compadecer a un monstruo que, si dependiera de su decisión, ella misma lo mataría. Estuvo a nada de ser una de sus muertas en el ‘97, cuando se aventuró sola a buscarlo por los callejones oscuros donde se fundía con el entorno. Fue una decisión estúpida nacida de la firme convicción de intentar ayudar a sus camaradas, pero el desenlace casi termina en tragedia y en la comisaría había alguien que jamás se hubiera perdonado eso.
La relación tan peculiar entre Soo Hyun y Jae Han está como para escribir un informe bonito, de esos largos, toscos, repleto de metáforas, simbolismos y confesiones dichas entre líneas. Son una pareja única y dispar, ridiculizada más por la actitud tan ingenua de él y la admiración tan desmedida de ella, pero enternecida también por una perseverancia, una tozudez y una gallardía que se les escurre a los dos de una manera tan natural que me resultó imposible no caer rendida a sus pies. Los crímenes de Hongwong se convierten en un parteaguas en su carrera al enseñarles de nueva cuenta lo frágil que puede ser la vida. Si para Cha el traumatismo del momento fue tremendo, para Lee su deficiencia profesional cargó con una doble decepción. Esa última escena entre ambos en el noveno episodio, cuando él la encuentra maniatada e inconsciente en la banqueta, es soberbia como pocas (pedazo de actuaciones, eh). Se me ha erizado la piel apenas ella reacciona e intenta zafarse de los brazos de Lee y emprender la huida, para después dejar de forcejear: cae en cuenta que si él está ahí es porque el horror ha terminado. Resulta desgarrador ver cómo Jae Han se quiebra mientras la abraza con impotencia y le pide perdón por llegar tarde, trayendo a su memoria aquella noche en la cual en verdad llegó tarde sólo para encontrar el cuerpo ultrajado de la chica que le gustaba tirado en el piso como un pedazo de basura. Y es que ya en este punto de la historia sabemos el detective Lee no es muy verbal, no suele ir por la vida dando una homilía de valores éticos, ni compartiendo experiencias de trabajo a cuanta persona se le ponga enfrente; el tipo es más de acciones que de palabras. Sin embargo —y no deja de ser una tremenda ironía— Soo Hyun con su sola presencia y su mera actitud llena de indecisiones y torpeza logra atravesar todas esas capas de oso indomable para escucharle expiar sus frustraciones y de paso para enseñarle que los policías sí se desmoronan, también tienen temores e incluso huyen, pero siempre están ahí en pie de guerra para acudir al primer llamado. “¿Sabes? A mi también me dan miedo a los criminales, pero ¿qué hago? Es un trabajo que alguien tiene que realizar ¿no? Y nosotros estamos ahí para hacerlo, aunque nos de miedo”. (Ep.10) La relación posee un nivel de confianza muy peculiar porque se supone que Lee apenas la tolera y Cha lo admira tanto que podría limpiar hasta los pasillos por donde él camina (de ahí que él diga que no la tolera; tanta atención le agobia) y aun así Jae Han le enseña a ser una detective con amor a la verdad mientras ella le enseña a ser una mejor persona, a devolverle sin saberlo un poco de la confianza que se le murió cuando le falló a la joven secretaria de impecable falda plisada, linda sonrisa y timidez desbordante que murió en Hwaseong. Lee le inyecta valor cuando ella ve su primer cadáver, cuando le ayuda a recordar las pocas sensaciones durante sus horas de secuestro y también cuando estuvo a punto de renunciar a su trabajo debido al trauma derivado del cautiverio. Él, con su fuerte personalidad fungió como el piso firme donde Soo Hyun forjó su caminar; la evolución de su carrera y la palpable capacidad de sus métodos de investigación tienen la firma de Lee por todos lados. No hubo en toda la serie una relación más pura y legítima que la de ellos.
El último caso —basado en otro hecho ocurrido en la vida real— no sólo es el más extenso; también es el idóneo por exponer toda la farsa policial sobre la que nuestros protagonistas caminan. A la par de eso, vemos como las transmisiones se complican y dos personas más les escuchan. Esto fue un alivio total porque viví con el miedo a que todo ocurriera sólo en la mente de Park y el tipo tuviera alguna especie de enfermedad mental o disociación de la realidad que le llevara a escuchar cosas donde no se escuchaba nada y para tratar de arreglar a su manera la trágica vida de su hermano, que fue juzgado siendo inocente. De hecho, el verdadero peso de este drama recae en ese crimen final que resulta turbio y oscuro; desde la manera tan burda en la que se plantaron a testigos, hasta los señalamientos prefabricados y la desaparición de evidencias. Me ha parecido nefasta la actitud tan engreída de Kim Bum Joo, tanto como lo fue para el bueno de Lee, que ve con impotencia cómo la familia del chico con el que ha compartido sus transmisiones se va desmoronando a pedazos por culpa de las güarrerías de Kim y él no puede hacer nada para evitarlo, a pesar de que Park desde el presente le suplica que haga todo lo posible. Lee intenta —y vaya que lo hace— hasta lo imposible para limpiar toda la inmundicia creada desde la comisaría más pequeña hasta las altas cúpulas del poder pero no sin derramar hasta la última gota de su sangre en el proceso; y como en una broma macabra del destino lo mismo le pasa a Park en el 2015. Lee y Park jamás compartieron una escena juntos en nuestro tiempo, y sin embargo no la necesitaron, a través del anticuado radio de transmisión fuimos testigos mudos de una amistad que nació de la incertidumbre más pura hasta entablarse en un compañerismo obsesivo que los llevaba a cargar con el pesado artilugio allá a donde fueran, como un amuleto de la buena suerte, como un escudo inquebrantable con el que pensaban que podían mejorar las cosas; donde compartieron ideas, frustraciones y 2.5 litros de lágrimas entre casos torcidos por el paso de los años y sepultados por el polvo acumulado, esos mismos que se habían mantenido sin posibilidad de solución hasta que ellos llegaron. El episodio 13 es un noble homenaje a esa relación fraternal, y aporta un dejo de paternidad por parte de Lee cuando conoce en su realidad al niño del radio, a un pequeño Park, triste y solitario, que añoraba una buena torta de arroz cuando creía que la vida se le caía a pedazos. No, no fue necesaria ninguna conversación, ningún dialogo trillado, ninguna llamada de atención por salir ahí afuera a altar horas de la noche. Como lo dije antes, el entrañable Lee siempre fue más de acciones que de palabras. Acciones calladas y sin presunciones; honestas, como pagar la comida del pequeño esa amarga noche y de todas las que vendrían después de esa.
El episodio final fue bestial y la montaña rusa en la que te subes esos 90 minutos de gloria y frenesí te dejan la cabeza un poco hundida entre la confusión y la angustia. Se podría decir que la serie termina en un cliffhanger que de plano yo no me esperaba (porque ni sabía que los dramas coreanos tenían segundas temporadas), así que estuve a punto de infartarme. Con Signal al parecer están abiertos a esa posibilidad y sinceramente yo no soy nadie para negarme; de hecho ya tengo las palomitas en la alacena, los pañuelos para el llanto y tres tarros de helado de chocolate amargo en la nevera para cuando el momento definitivo llegue. Quiero ver más de Lee, y de Park y de Cha en mi pantalla. Quiero verlos sentados a los tres en el presente, con una sonrisa en sus labios, compartiendo unos tragos de soju y brindando por burlarse de la muerte, del pasado, del tiempo, y de la peste corrupta que los quiso desaparecer como si fueran desechos. Quiero verles luchar contra las alimañas que siguen ocupando cubículos y escritorios en las comisarías y acabar con los criminales oxidados que se esconden de sus propios crímenes. Porque en el fondo queremos creer que sí, que ahí afuera hay policías honestos que se dejan el alma y el cuerpo en su trabajo; que no ignorarán jamás el clamor de alguien que pide justicia; que van de puerta en puerta hablando con testigos; analizando pistas; contando casquillos; perfilando culpables; encontrado cadáveres de desaparecidos veteranos olvidados por el tiempo y carcomidos por la tierra.
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